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La política industrial china como motor de la independencia

La ciencia, la innovación, la tecnología y la industria han catalizado transformaciones sociales a lo largo de la historia; estos avances han influido posteriormente en la forma en que los Estados han desarrollado y utilizado las tecnologías. Las naciones más poderosas han construido ecosistemas de innovación avanzados, respaldados por la investigación y la inversión, tanto pública como privada. Estos ecosistemas constituyen un pilar fundamental de su poder tecnológico: la capacidad de aprovechar la innovación y emplear nuevas tecnologías para modificar sistemas y catalizar el cambio en el escenario global. A medida que la competencia geopolítica se desarrolla en una era de interdependencia, el poder tecnológico fortalece la soberanía.

La industrialización, como transformación estructural de las economías, ha sido el motor más exitoso del desarrollo global. Podría decirse que la industrialización es el principal proceso responsable de las diferencias globales en la renta per cápita. Hoy, el sector manufacturero es uno en el que China se destaca notablemente a nivel mundial, y de allí que para comprender el proceso mediante el cual China está reduciendo su dependencia del conocimiento extranjero —generando el suyo propio—, proponemos comprender las políticas industriales diseñadas por el Politburó y sus consecuencias.

La política industrial china se caracteriza, en general, por su capacidad de reconfiguración y su enfoque en la innovación autóctona, un enfoque que se subrayó desde el X Plan Quinquenal (2001-2005). Estas políticas buscaron consolidar la posición de China como superpotencia industrial y tecnológica para 2049, mediante la promoción de tecnologías avanzadas y la digitalización de la economía. La estrategia china combina esfuerzos en tres niveles: empresas estatales tradicionales, grandes empresas orientadas al mercado local y empresas tecnológicas cercanas a la frontera internacional. Para articular esta estrategia, se utilizan instrumentos como una sólida coordinación estatal, abundante financiación pública, la adquisición de capacidades tecnológicas internacionales para alcanzar la frontera del conocimiento lo antes posible y el establecimiento de estándares tecnológicos locales. Además, estas políticas enfatizan la complementariedad entre los sectores de alta y baja tecnología, adaptándose a las especificidades económicas, geográficas y sociales del país. Sin embargo, existen limitaciones como la dependencia de semiconductores avanzados (que se está intentando superar con múltiples recursos) y de equipos tecnológicos controlados por empresas cuyas sedes se encuentran en territorio de otras potencias (por ejemplo, Estados Unidos y sus aliados).

La preocupación de China por la dominación extranjera tiene que ver con su historia y la consecuente formación de su nacionalidad; este aspecto siempre ha sido importante en la definición e implementación de diferentes políticas. La necesidad de contar o no con tecnología propia fue uno de los principales debates institucionales en China cuando el país modificó las estructuras ministeriales para priorizar el desarrollo científico y tecnológico. Los repetidos intentos chinos de implementar procesos de innovación propios («innovación autóctona»), que no dependan de la transferencia de tecnología extranjera, habían sido limitados hasta principios del siglo XXI.

Dentro de su política industrial, el hito que pretendía marcar un punto de inflexión para comenzar a romper la dependencia tecnológica fue el Plan de Mediano y Largo Plazo para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología (2006-2020), que finalmente visibilizaría todo el diseño de la política que centra los recursos del Estado chino en torno a cuatro palabras: «innovación autóctona» y «desarrollo armonioso». Desde entonces, los responsables políticos chinos han mostrado su compromiso con el proyecto de crear y estimular la «innovación autóctona», ya que la consideran clave para, primero, reducir la pobreza y luego erradicarla, acelerando el proceso de convergencia de China con las economías más desarrolladas en términos de ingresos. La eliminación de la pobreza extrema en China a principios de 2021 no hizo más que reafirmar las convicciones políticas.

Con la «innovación autóctona» como elemento estratégico del crecimiento impulsado por la innovación y el desarrollo económico basado en el aprendizaje, la política de ciencia y tecnología se convirtió en el eje central del modelo de desarrollo chino. El plan presentó objetivos con un horizonte de 2020, coordinando la investigación básica y aplicada en áreas clave. Fue entonces cuando China decidió desarrollar tecnologías esenciales, dominar las necesarias en áreas críticas y, fundamentalmente, poseer o garantizar que sus empresas poseyeran sus derechos de propiedad intelectual (DPI) para asegurar la competitividad internacional de varias entidades chinas.

Al diseñar la estrategia de los llamados «campeones nacionales», las grandes empresas tecnológicas chinas propusieron acceder e incorporar estándares internacionales para acceder a los mercados globales y luego participaron en su definición. Hoy en día, el hecho de que muchas empresas de propiedad china sean corporaciones transnacionales altamente influyentes es el resultado de una política cuyo componente visible y tangible son los productos que China vende al mundo, o las partes y piezas que las empresas chinas integran en los productos de las multinacionales (propietarias de marcas, licencias y/o patentes). Estos productos alcanzan su forma final en territorio chino y luego se exportan a los principales mercados mundiales.

La creación de riqueza se convirtió en un objetivo, y así como el elemento constitutivo y esencial del desarrollo económico no es la creación de riqueza, sino la capacidad de crearla, no bastaba con fomentar el progreso técnico; era necesario sentar las bases para su creación, generar progreso técnico dentro de la política industrial. También se debatió si era posible alcanzar mayores niveles de cambio técnico en una situación de dependencia tecnológica, pues es probable que, si no se lograban ciertos grados de independencia, lo único que se iba a conseguir era replicar una situación en la que el capital extranjero siguiera siendo responsable de lo ocurrido con y dentro de la República Popular China. Dicho de otro modo, las necesidades tecnológicas pueden ser satisfechas por el sistema científico-técnico nacional o por fuentes externas que proporcionen conocimiento tecnológico, pero reducir la política tecnológica a una regulación de la transferencia de tecnología implicaría aceptar esta condición de «dependencia» tecnológica, lo que implica un juicio de valor sobre la incapacidad de las economías en desarrollo para encontrar soluciones tecnológicas a sus propios problemas. Una admisión de que sería imposible crear para el progreso.

Posteriormente, las normas se convirtieron en una herramienta importante para reducir esa dependencia tecnológica y desarrollar la capacidad de innovación autóctona en las industrias más desarrolladas hasta entonces, que no eran otras que las vinculadas a la exportación. China había considerado las normas técnicas como un medio para facilitar el comercio global, pero el primer obstáculo que encontró al introducir sus productos en el mercado internacional fueron precisamente aquellos reglamentos y normas.

Por lo tanto, desde el inicio del proceso de apertura y reforma, se han producido cambios sustanciales en la estrategia de normalización y sus instituciones; China mejoró rápidamente su capacidad para desarrollar e implementar estándares y normas, y comenzó a participar en las organizaciones internacionales que definen su desarrollo (ISO, entre las más conocidas). Consolidar su desarrollo implica realizar un gran esfuerzo para elevar el nivel de vida promedio de su población, lo que conlleva una mejora significativa de la competitividad sistémica de la economía para superar su dependencia.

Hoy, la política de innovación de China se percibe como una amenaza para la competitividad de EE.UU. y está en el centro del tema más candente en las relaciones bilaterales. Además, Estados Unidos ha acusado a China de usar esta política como una estrategia que distorsiona el comercio global para desafiar la supremacía estadounidense en la economía del conocimiento. El papel de la estandarización y los derechos de propiedad intelectual (DPI) aparecen en el centro de este conflicto. Además, tanto en las Cadenas Globales de Valor (CGV) como en las redes internacionales de producción y las propias cadenas de suministro, los principales mecanismos regulatorios para garantizar la calidad y seguridad de los productos son las normas de producto, que deben combinarse con los DPI y las reglas de origen.

* Lic. en Economía (UBA) y Magister en Relaciones Internacionales (FLACSO). Actualmente dirige el posgrado de Especialización en Estudios en China Contemporánea, UNLa, y el CEISiL, en la misma universidad. Profesor regular en UBA.

Nota: Este artículo constituye un resumen de la ponencia presentada por el autor en la «23rd Conference on International Exchange of Professionals», Shanghai, octubre de 2025, y ha sido publicado previamente en la Carta Nº.4 del Centro de Estudios de Investigación Sino-Latinoamericano de la UNLa, correspondiente al mes de noviembre del 2025.

Imagen de portada: Panorámica de la ciudad de Shenzhen, capital tecnológica de la República Popular China. Fuente: agoda.com

Gustavo Girado*

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