Julio 2023
“La Patria es un gran amor,
Que llora recién nacido,
¡lejos construye la Patria,
sus amorosos designios!
Leopoldo Marcehal 1950
I. La independencia política y la independencia económica
En los primeros meses de 1816, el Gral. José de San Martin (Yapeyú, 1778-1850) que se encontraba preparando en Mendoza al Ejército de los Andes para cruzar la cordillera, envió una serie de cartas a distintos diputados y funcionarios revolucionarios manifestando la urgencia con la que debía declararse la independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica. La independencia política de la dominación monárquica española era un hecho aceptado por la mayoría de los diputados enviados por las Provincias Unidas al Congreso celebrado en San Miguel de Tucumán, sin embargo, los intereses económicos de las nuevas elites (beneficiadas por la eliminación del monopolio comercial con España), lejos estaban de proponer un proyecto político-económico que incluyera la independencia económica, en otras palabras, ya por la guerra o por otras “urgencias”, los diputados enviados al Congreso, salvo algunas mínimas exclamaciones y reflexiones, no plantearon como un problema la imposibilidad de tener una política económica soberana (Schmit, 2011).
Tomando una lectura desde la historia de las políticas económicas o, si se quiere, desde la geopolítica del siglo XIX, deberíamos considerar que las revoluciones de la independencia se inscriben dentro de un proceso más amplio marcado por la presencia, desde las llamadas Reformas Borbónicas (1760-1780), de principios y valores vinculados al ideario liberal. Influencia que explota de forma violenta tras la Revolución Francesa (1789) aunque su arrastre provenía de otros momentos y episodios históricos, como la expansión ultramarina anglosajona (Siglo XVI), con su piratería, contrabando e invasiones; o las Revoluciones burguesas, la inglesa (1642-1688) y la norteamericana (1776). Como señala el especialista en Relaciones Internacionales, Marcelo Gullo: “En el sistema internacional la ley no escrita es tanto o más importante que la escrita. El sistema tiende siempre a ordenarse, inevitablemente, a partir del interés de las grandes potencias, es decir, de los Estados que más poder tienen. Si bien es cierto que el peso de la opinión pública nacional e internacional –inspirada ahora por el principio de la igualdad jurídica de los Estados y el respeto de los derechos humanos- impone ciertas restricciones a la acción internacional descarnada de los Estados más poderosos, también es cierto que existen prioridades absolutas vinculadas a los intereses vitales de las grandes potencias, que están más allá de toda consideración de justicia ideal y abstracta.” (Gullo, 2014, p. 27). En resumen, hay un proceso revolucionario que se abre bajo un contexto particular internacional, signado por un liberalismo que no era tal, o al menos, que no significaba libertad en materia de política económica para los pueblos que formaban parte de las Provincias Unidas (Las Provincias que hoy integran Argentina, pero también Bolivia, Uruguay, Chile y Perú). Estas contradicciones o limitaciones que tienen las declaraciones de la independencia se manifiestan en cada uno de los pueblos que integraban el Virreinato del Río de la Plata.
En el caso de Bolivia, tras la revolución, los sectores que se benefician de la independencia provenían de los mismos sectores aristocráticos que dominaban el escenario económico durante la colonia, aunque con más poder aún, ya que no debían rendirles cuenta a ningún Estado, nadie les exigía limites, dice el Pensador y Político boliviano Carlos Montenegro (Cochabamba, 1903-1953): “En el ápice de la sociedad, “una nueva aristocracia de descendientes de los conquistadores, de nobles y grandes hacendados, a la cual se sumaron, por causa de la revolución, tanto la plutocracia minera y comercial cuanto la clase letrada realista y los ex funcionarios de la corona.” (Montenegro, 1967. p. 70).
En el Perú, que debe su independencia, desde el punto de vista militar, a la intervención de los ejércitos de norte (Bolívar) y del sur (San Martín), luego de victoria sobre los españoles en Ayacucho (1824) se inicia un proceso en donde se pasa de la dominación española a la dominación británica, en materia de política económica, al menos, dice el historiador peruano Alberto Flores Galindo (Bellavista, 1949-1990): “En pocos años la dominación colonial española fue reemplazada por la dominación inglesa. Algunos la calificarían de colonialismo informal, otros de neocolonialismo; en definitiva, lo que importa subrayar es el control ejercido por Gran Bretaña al amparo de mecanismos crediticios y comerciales, y con la tolerancia, resignación o ceguera de quienes quisieron dirigir el país entonces.” (Flores Galindo, 1982, p. 116).
El proceso es tan contradictorio o complejo que, por ejemplo, en las Provincias del Sur, como solía decirse en aquel entonces, hubo dos independencias, la de Artigas y los Pueblos Libres el 29 de junio de 1815 y la del Congreso de Tucumán del 9 de julio 1816. ¿Cómo es esto?
II. La independencia de 1816 y los conflictos en las Provincias Unidas del Sur
En marzo de 1816 comenzó a sesionar en una “casa” de San Miguel de Tucumán, que el gobierno revolucionario de las Provincias Unidas del Río de la Plata alquilaba a la familia Bazán de Laguna, un Congreso con representantes de las Provincias de: Buenos Aires, Tucumán, San Luis, Catamarca, la Rioja, Mendoza, San Juan, Charcas, Chichas, Córdoba, Mizque y posteriormente Santiago del Estero y Salta (Miraball – Fernández Murga, 2012).
En los encuentros se debatieron distintos temas, algunos de ellos tuvieron objetivos que se relacionaban con la coyuntura y otros que buscaban transformaciones estructurales. La Presidencia del Congreso era rotativa y debía cambiar mes a mes. Los encuentros se desarrollaron en tiempos marcados por la guerra contra el dominio español, más aún en el norte de las provincias, pero también bajo una atmósfera interna cada vez más tensa por el conflicto desencadenado tras la Revolución de mayo de 1810 entre las Provincias del Litoral, la Banda Oriental y Córdoba contra los porteños y sus decisiones arbitrarias, aquellas que desconocían la pretendida autonomía de los pueblos por la que estas provincias se habían sumado al proyecto revolucionario iniciado en Buenos Aires.
Entre los objetivos de coyuntura que se plantearon, estaban quienes propusieron la instauración de una monarquía, atemorizados por la restauración absolutista que se estaba gestando en España y Francia. Otras propuestas de estructura se relacionaban con los debates en torno a la forma de gobierno, las características que debía tener una posible constitución para las Provincias Unidas y, el proyecto efusivamente promovido por el Gobernador de intendencia de Cuyo y General en Jefe del Ejército del Norte, José de San Martín, de declaración de la independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica.
Como lo indica el mismo José de San Martín en sus cartas a los diputados de Cuyo que él mismo envió al Congreso de Tucumán, la declaración de la independencia era imprescindible y urgente por al menos dos razones: 1) Mostrar hacia el enemigo (monarquía española y demás potencias extranjeras) que las Provincias Unidas de Sudamérica eligieron la vía de la independencia respecto a todo dominio monárquico, sea español, portugués o inglés. 2) San Martín contaba con la esperanza que el mero hecho de la firma de la independencia conseguiría borrar las asperezas existentes entre las Provincias y los porteños. Escribe al diputado Tomás Godoy:
“Campo de instrucción en Mendoza, 19 de enero de 1816.
Señor don Tomás Godoy.
Mi mejor amigo:
[…] ¿Cuándo empiezan ustedes a reunirse? Por lo más sagrado le suplico hagan cuantos esfuerzos quepan en lo humano para asegurar nuestra suerte; todas las provincias están en expectación esperando las decisiones de ese congreso: él solo puede cortar las desavenencias (que según este correo) existen en las corporaciones de Buenos Aires.
No deje usted de repetirme todo aviso que crea útil a esta provincia.
No hay cuidado con el enemigo de Chile; si viene espero tendremos un completo día, y ya sabe usted que no soy muy confiado.
A los amigos, el padre Oro [Fray Justo Santa María de Oro y Albarracin (San Juan, 1772-1836), diputado por San Juan), Laprida [Francisco Narciso de Laprida (San Juan, 1786-1829), diputado por San Juan) y Maza [Juan Agustín Maza, (Mendoza, 1784-1830), diputado por Mendoza) un celemín de recuerdos, así como la firme amistad de éste su mejor amigo Q.B.S.M.
José de San Martín.” (San Martín, 1910, pp. 529-530)
Ahora bien, ¿Cuáles eran “las desavenencias” de las que habla San Martín?
Si bien el problema en la región del Alto Perú se acrecentaba, varias provincias (entre ellas Potosí, Cochabamba y La Paz) habían caído nuevamente en poder de los realistas, gracias a la tercera expedición auxiliadora se pudo enviar los diputados de Chichas (hoy Potosí-Bolivia), Charcas (hoy Sucre-Bolivia) y Mizque (hoy Cochabamba-Bolivia) al Congreso de Tucumán. Evidentemente, San Martín alude al problema que existía entre los porteños y José Gervasio Artigas (Montevideo, 1764-1850), líder de la Liga de los Pueblos Libres.
Como han señalado más de una vez diferentes historiadores de distintas corrientes historiográficas (Norberto Galasso, 2010) (José Carlos Chiaramonte, 2007) o José María Rosa, 1964), la Revolución de Mayo no tuvo una única voz, tampoco tuvo un solo proyecto. La historiografía oficial como la literatura y la prensa escrita por los vencedores de las guerras civiles (Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Esteban Echeverría, etc…) han establecido durante mucho tiempo una visión, que aún tiene enorme influencia, en donde el proceso revolucionario iniciado en Buenos Aires en 1810 es amenazado por los caudillos del litoral en 1820, año en el que vencen al ejército porteño en la Batalla de Cepeda. En esta visión, se omiten los proyectos elevados por los diputados enviados por las provincias de la Banda Oriental y del litoral a la Asamblea del año XIII, también se evitan mostrar las discrepancias entre el gobierno revolucionario porteño y José de San Martin, quien será posicionado luego como héroe central por esta misma corriente historiográfica.
Otro desplazamiento que produce esta narrativa histórica se vincula a las decisiones tomadas durante los años 1815 y 1816 por el gobierno “revolucionario” porteño en torno a la Banda Oriental y a su caudillo, José Gervasio Artigas.
Artigas, como San Martín y Simón Bolívar (Caracas, 1783-1830), desde 1811 se dedicó a luchar contra los defensores de la monarquía española, quienes eran fuertes en Montevideo, de hecho, la ciudad pasó a ser la capital del virreinato frente a la pérdida de Buenos Aires en manos de los revolucionarios en mayo de 1810.
El poder español, que con el Rey Fernando VII encarcelado era ejercido por el Consejo de Regencia, envió a un nuevo virrey: Francisco Javier de Elío, más tropas y armas para reprimir el levantamiento porteño. En este contexto, Artigas se alzó en armas contra el gobierno español de Montevideo, mientras que los porteños, establecieron una alianza con los orientales enviando armas y hombres. El 18 de marzo de 1811 un ejército comandado por Artigas e integrado también por tropas enviadas desde Buenos Aires venció a los españoles en la Batalla de Las Piedras. Tras esta victoria comenzó el llamado “primer sitio de Montevideo” que intentó obligar al virrey de Elío a entregar la ciudad a los revolucionarios. El virrey acorralado primero buscó gestionar un cese de hostilidades enviando un emisario a Buenos Aires, gestión que fue rechazada, recordemos que del Sitio de Montevideo participaba Rondeau (Buenos Aires, 1773-1844), al frente de 2800 hombres con 12 cañones y 2 obuses con cuartel general en el Arroyo Seco, mientras que Artigas trasladaba al suyo al Cordón. Sin otra opción, el virrey solicitó el apoyo de las tropas portuguesas (Reyes Abadie, 1986), aprovechando la nueva situación: por el conflicto con Napoleón en Europa, España y Portugal se conviertieron en aliadas. Cuando las fuerzas lusitanas ingresaron en la Banda Oriental el Triunvirato porteño pactó la paz con Elío, sin consultar a Artigas ni a los demás orientales (Nicanoff, 2018). Frente a la decisión porteña, Artigas quedó como único jefe de los revolucionarios del otro lado del Río de la Plata.
El historiador José Carlos Chiaramonte señala que: “Las consecuencias de la reasunción de la soberanía por los pueblos [tras el encarcelamiento de Fernando VII en Europa y las consecuencias revoluciones americanas] habían ido más allá del choque entre los diputados de las ciudades principales del interior y los de Buenos Aires. También se expresaron en el conflicto generado por las pretensiones autonómicas de las ciudades subordinadas (Chiaramonte, 2007, p. 15)” En pocas palabras, el conflicto expresaba claramente un choque de intereses comerciales entre dos ciudades puerto, ambas habían sido capitales del virreinato del Río de la Plata, con sus élites comerciantes y sus contrabandistas ligados a Inglaterra. Para los porteños, como para Artigas, era importante vencer a los españoles en Montevideo y así sacarlos definitivamente del Río de la Plata, pero más importante aún, era subordinar a la ciudad puerto oriental a los intereses de Buenos Aires, como lo demuestran los sucesos de 1812, cuando envían a Manuel de Sarratea (Buenos Aires, 1774-1849) para negociar con Artigas un segundo sitio de Montevideo pero bajo la condición de aceptar la subordinación de sus orientales a las fuerzas militares porteñas.
Por otra parte, si bien es cierto, como señalan los historiadores Chiaramonte y Tulio Halperin Donghi (Halperin Donghi, 2014), que detrás de las pretensiones autonómicas de las Provincias se encontraban los intereses económicos de sus élites, no menos cierto es también, que no todos los proyectos se agotaban en los propósitos de unas cuantas familias. Tomemos por caso el de Artigas y sus propuestas enviadas a la Asamblea del año XIII.
En el campamento de Artigas fueron elegidos los diputados orientales que debían concurrir a la Asamblea General Constituyente a celebrarse en Buenos Aires. Artigas le dio instrucciones a sus diputados, las que fueron dictadas el 13 de abril de 1813.
Básicamente, Artigas reclamaba:
- Independencia de las provincias del poder español.
- Igualdad de las provincias a través de un pacto recíproco.
- Libertad civil y religiosa.
- Organización del gobierno como una república.
- Federalismo, con un gobierno supremo que entendiera solamente en los negocios generales del estado, y confederación referida a la protección que se debían las provincias entre sí.
- Soberanía de la Provincia Oriental sobre los siete pueblos de las Misiones Orientales.
- Ubicación del gobierno federal fuera de Buenos Aires.
Los diplomas de los diputados orientales fueron rechazados por la Asamblea, usando como argumento legal la nulidad de su elección porque se realizó en un campamento militar y además porque Artigas les había impartido instrucciones, a pesar de que la Asamblea se había declarado soberana.
Unos años después, el 29 de junio de 1815 Artigas convocó a “todos los pueblos libres” al Congreso de Oriente en la Ciudad de Concepción del Uruguay (en la convocatoria le siguen dando su antiguo nombre “Arroyo de la China”). Misiones, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental enviaron sus diputados. Entre una serie de puntos se acordó en aquel Congreso la jura de la independencia “absoluta y relativa”, por esa razón, cuando Artigas se entera que la convocatoria al Congreso de Tucumán de 1816 tenía como uno de sus objetivos realizar la jura de la independencia, le escribió al Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón: “Ha más de un año que la Banda Oriental enarboló su estandarte tricolor y juró su independencia absoluta y respectiva. Lo hará V.E. presente al Soberano Congreso para su Superior conocimiento.” (Favaro, 1960, p. 135). En parte por esta razón las Provincias firmantes del Congreso de Oriente resolvieron no participar del Congreso de Tucumán, salvo la excepción de Córdoba, que después resolvió enviar diputados.
El liberalismo que profesaba Artigas no era el mismo liberalismo que el profesado por los porteños, para ser sinceros, tampoco Artigas ideó un proyecto de soberanía en materia económica, de hecho, el puerto, los puertos, eran considerados como elementos claves para el futuro de “Los pueblos libres”. Hoy el liberalismo, que gobernó más que los militares, los radicales y el peronismo, debería ser apuntado como uno de los causales más profundos de todos nuestros males y todos nuestros desencuentros, al menos, en este rincón del mundo, sin embargo, vestido de extrañas formas en las primeras décadas del siglo XXI volvió a aparecer, mutado y trastornado, pero gritando a viva voz sobre “que es la alternativa de salvación para nuestros pueblos.” Hace ya muchos años, el Pensador y Filósofo Nacional, Nimio de Anquín (Córdoba, 1896-1979) escribía: “No entiendo cómo ahora puede haber gente que todavía piense en la posibilidad del liberalismo o de la democracia liberal, dos momias podridas hace tiempo. Su valor es absolutamente negativo: solamente son concebibles como corruptores de la conciencia nacional, o como factores de entrega, dos posibilidades que se concilian en la práctica. En el estado actual de las cosas la libertad política es sólo un nombre, ni importa tampoco mucho a los jóvenes de las nuevas generaciones, que en el fondo no luchas por la libertad, sino por el orden, por la justicia, por una economía humana, por la soberanía de los Estados pequeños. La palabra libertad va desapareciendo del elenco de voces inteligibles. El Ocultamiento, por otra parte, ha eliminado el principio cristiano de projimidad que afirmaba la libertad interior, la “libertas” cristiana, y deja disponible al cristianismo para ingresar en la categoría del hombre antiguo retornante, sujeto al destino. La responsabilidad del acto humano no tiene objeto, pues no hay nadie que exija un rendimiento de cuentas. Solamente queda el César, a quien hay que darle lo que corresponde. O sea, la libertad política. […] Recojámonos en nuestro hogar y cuidemos allí el fuego sagrado de nuestra historia real, es decir, de la historia nuestra desmitizada de todas las adherencias liberales. Convenzámonos que no hay otra posibilidad de amistad que la que podamos hallar en nuestros connacionales, en nuestros padres, en nuestros hijos, en todos aquellos ligados a nuestra sangre y a nuestra tierra bendita. No aceptemos “a priori” la mano que pueda tendernos el poderoso, pues es nuestro enemigo natural. Pero administremos bien nuestra desconfianza, tanto interior como exteriormente. Seamos implacables con los traidores a la Patria, que es el delito mayor del hombre contra la comunidad que integra.” (De Anquin, 1972, p. 127)
*Facundo Di Vincenzo es Doctor en Historia y Especialista en Pensamiento Nacional. Docente investigador en UNLa y USAL, columnista en el programa «Malvinas causa central» de Megafón radio.
1 Marechal, Leopoldo, Canto de San Martin [1950], en: Marechal, Leopoldo, Obra poética, Buenos Aires, Leviatán, p. 244.
2 En 1770 el libre tráfico comercial fue autorizado para las Antillas, se permitió comerciar con Perú y Nueva Granada. Hubo una serie de puertos donde se estuvo comerciando libremente y por otro lado se crearon los consulados de Veracruz y Puebla. Todo ese movimiento dio como resultado la ruina de los comerciantes y llegó a su último e irrevocable término cuando «el 28 de febrero de 1789 Carlos IV declaró que el reglamento del comercio libre se extendía al virreinato de Nueva España.
BIBLIOGRAFÍA
Chiaramonte, José Carlos, Ciudades, provincias, estados. Orígenes de la Nación Argentina, Buenos Aires, Emecé, 2007.
De Anquin, Nimio, Escritos Políticos, Santa Fe, Instituto Leopoldo Lugones, 1972.
Favaro, Edmundo, Artigas, el Directorio y el Congreso de Tucumán, Montevideo, El País, 1960.
Flores Galindo, Alberto, “El militarismo y la dominación británica”, en: Nueva Historia General del Perú, Lima, Mosca Azul Editores, 1982.
Galasso, Norberto, Felipe Varela y la lucha por la Unión Latinoamericana, Buenos Aires, Colihue, 2010.
Gullo, Marcelo, La Insubordinación fundante. Breve Historia de la construcción del poder de las naciones, Buenos Aires, Editorial Biblos/Políteia, 2014.
Halperin Donghi, Tulio, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 2014.
Marechal, Leopoldo, Canto de San Martin [1950], en: Marechal, Leopoldo, Obra poética, Buenos Aires, Leviatán.
Miraball, Juan Carlos y Fernández Murga, Patricia (2012). Comisión Directiva de la Asociación de Amigos de la Casa Histórica de la Independencia, ed. La Casa. La Historia. San Miguel de Tucumán.
Montenegro, Carlos, Nacionalismo y coloniaje, Buenos Aires, Pleamar, 1967.
Nicanoff, Sergio, “El artiguismo: una experiencia de lucha por la libertad, la igualdad y la tierra”, en: Cuadernos de Contrahegemonia, Libertad, tierra e igualdad. Las clases populares en las revoluciones de la independencia, Remedios de Escalada, 2018.
Reyes Abadie, Washington, Artigas y el federalismo en el Río de la Plata, Buenos Aires, Hyspamerica, 1986.
Rosa, José María, Historia Argentina. Tomo II: La independencia (1812-1826), Buenos Aires, Oriente, 1964.
San Martín, José, MM. Documento número 444. Conservación regular. Documentos del Archivo de San Martín, Buenos Aires, 1910, tomo V. Schmit, Roberto, “El impacto económico en España y Latinoamérica de las independencias de las Colonias”, en: X Congreso Internacional de la AEHE, Universidad Pablo de Olavide, Carmona, Sevilla, 2011.