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La crisis argentina, la cultura nacional y el destino de un continente mestizo

Fermín Chávez tiene una conocida frase donde afirma que “las crisis argentinas son primero ontológicas, después éticas, políticas, epistemológicas, y recién por último, económicas” (Chávez, 1974: 12).Nuestro país se encuentra hoy en una crisis económica de magnitudes inusitadas por diversas razones que no vienen al caso. Es decir, estamos en el último escalón de la crisis que implica anteriormente el estallido de las demás, donde en primer lugar está la ontológica. Esta crisis del “ser nacional” podríamos decir que es el puntal donde se encadenan las demás. En ese sentido pretendemos aquí dar algunas breves caracterizaciones en torno a la cultura nacional y su importancia, pues en base a la misma se construye nuestra identidad que afirma nuestro ser nacional.

El colonialismo cultural que emana de los centros de poder a través de sus diversos órganos de difusión, va conformando una forma de pensar la realidad de nuestro país en contraposición a sus necesidades reales, y no solo eso sino que en base a esquemas ajenos a la misma no nos permiten arribar a soluciones profundas de nuestros problemas. Ese colonialismo hoy irradia la disgregación de la comunidad.

No casualmente las potencias extranjeras penetran no solo en términos económicos sino también culturales, ya que el debilitamiento de la cultura nacional debilita una barrera defensiva contra su avance. Actúan a su vez reforzando una conciencia falsa de lo que somos, que lleva por un lado a la pérdida de identidad y por otro a una manía de la imitación. Romper con esta última no implica cerrarse a las manifestaciones culturales extranjeras, pero sí no tomarlas en virtud de la denigración y ruptura de las propias (asimismo, más adelante sumamos algunas cuestiones en torno a la noción de mestizaje).

Fermín Chávez consideraba que la cultura aparece como un árbol de dos raíces: por un lado la cultura de la elite, y por otro la cultura del pueblo. De esta forma, el entramado cultural solo reconoce como válidos los frutos de la primera raíz, mientras que dado su origen popular la segunda solo puede dar frutos malos. La pedagogía colonial enseña que la única cultura es la cultura creada por una elite.

Por el contrario, desde la tradición profunda del pensamiento latinoamericano pensamos que la cultura es tal si es creación popular, fuente y/o el reflejo (y por qué no rearticulación) de las manifestaciones que emanan de la comunidad nacional. La cultura nacional no puede ser copia pues es creación constante. Así, aparece como expresión de la personalidad de los pueblos, rompiendo con la noción de una cultura individual. Francisco nos dice recientemente en Fratelli Tutti: “son las nuevas formas de colonización cultural. No nos olvidemos que los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política”. (Francisco, 2020)

Vale destacar que pensamos aquí a la cultura nacional no como algo estático, la repetición ritualista de un conjunto de tradiciones, al fin y al cabo como una foto del pasado a la cual volver, sino como movimientos, en creación constante, el encadenamiento con las tradiciones a lo largo de la historia hasta el presente y con perspectiva de futuro. Tampoco la cultura nacional es una cuestión meramente estética (lo que no implica la negación de la existencia de una estética propia), sino más bien de contenido en el sentido expresado anteriormente.

El mismo Fermín Chávez sostenía: “si cultura es poder, cultura nacional es poder nacional” (Chávez, 1999: 11). De ahí que pensamos que la cultura nacional actúa como elemento cohesivo de la comunidad nacional: al fin y al cabo son los rasgos que la definen como comunidad autónoma, con características particulares y diferentes de un otro.

Vale destacar que, cuando mencionamos lo nacional, lo hacemos pensando desde la perspectiva hispanoamericana, es decir en términos no de patrias chicas sino de una Patria Grande. Retomar esta tradición resulta central, pues las tradiciones culturales e históricas compartidas constituyen uno de los pilares donde se asienta la integración de la región por la cual lucharon nuestros libertadores a comienzos del siglo XIX, y tantos patriotas levantaron a lo largo de nuestra historia. Aquí aparecen nuestro continente e identidad como un continente mestizo. En este sentido, “el miedo a ser americano de que nos hablaba Rodolfo Kusch será así revertido en el orgullo de la identidad latinoamericana, humanista e integradora, abierta al mundo en la etapa definitiva económica, cultural y política”. (Maturo: 28)

Scalabrini Ortiz, a partir de plantear la distinción entre los pueblos que caracteriza como “monógenos” y los que enmarca como “multígenos», afirma nuestra identidad dentro de estos últimos, sosteniendo que es “el ser de orígenes plurales, tiene brechas abiertas hacia todos los horizontes de la comprensión tolerante”. (Scalabrini Ortiz, 1950: 11)

La característica central que recorre Nuestra América es el mestizaje, cuestión que no aparece comúnmente en otras geografías (basta ver el proceso de expansión anglosajona en el Norte de América), lo que no implica, como bien afirma Graciela Maturo, que nuestra cultura sea “un simple mosaico sin rostro propio (…) quien no es mestizo étnico en América Latina lo es desde el punto de vista cultural” (Maturo, 2008: 19-20). Esta noción nos particulariza y define nuestra identidad, es “esta vocación de síntesis, esta virtud de unidad, esta aptitud para transmutar tradiciones culturales diversas lo que, al mismo tiempo, particulariza y universaliza a América. Hay una vocación de universalidad en su propia particularidad cultural”. (Podetti, 2019: 29)

La recuperación y el fortalecimiento de la cultura nacional es un elemento urgente en esta etapa de crisis para avanzar en la recuperación de la identidad, la autoestima colectiva, y reconstruir nuestra comunidad. Una cultura nacional vigorosa y una identidad nacional fuerte son pilares para la emancipación y la construcción de una Patria definitivamente independiente y soberana. Para finalizar, consideramos que como advierte Perón en el año de su pase a la inmortalidad: “la historia grande de Latinoamérica, de la que formamos parte, exige a los argentinos que vuelvan ya los ojos a su patria, que dejen de solicitar servilmente la aprobación del europeo cada vez que se crea una obra de arte o se concibe una teoría”. (Perón, 2012: 63)

Bibliografía

Chávez, Fermín. (1999). El pensamiento nacional. Breviario e itinerario. Buenos Aires: Nueva Generación.

Chávez, Fermín. (1974). Civilización y barbarie en la historia de la cultura Argentina. Buenos Aires: Theoría.

Chávez, Fermín. (1983). La conciencia nacional. Historia de su eclipse y recuperación. En Jaramillo, Ana (Comp.).  (2012). Epistemología para la periferia. Buenos Aires: UNLa.

Francisco, Papa. (2020). Carta Encíclica Fratelli Tutti (Hermanos Todos)Del Santo Padre Francisco sobre la fraternidad y la amistad social. Asis: sin editorial.

Maturo, Graciela. (2008). La opción por América. Buenos Aires: Fundación Ross.

Perón, Juan Domingo. (2012). Modelo argentino para el proyecto nacional. Buenos Aires: Fabro.

Podetti, Amelia. (2019). La irrupción de América en la historia y otros ensayos. Buenos Aires: Capiangos.

Scalabrini Ortiz, Raúl. (1950). Perspectivas para una esperanza argentina. Buenos Aires: Hechos e Ideas.

Juan Godoy

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