I. Introducción
El presente trabajo trata sobre el contexto de edición y publicación del libro del periodista, militante y revolucionario, Víctor Serge. En una primera parte se realiza un recorrido por los proyectos editoriales de Jorge Abelardo Ramos, quien tomó la iniciativa de publicar el libro de Serge en Argentina, el cual narra la vida y obra de otro revolucionario y teórico del marxismo: León Trotsky. Luego, se plantea una revisión de las izquierdas en la región, principalmente tomando el caso de Argentina, para explicar las características, polémicas, divisiones y discusiones en el campo del marxismo, que enmarcan alguna de las razones de la publicación del libro en Buenos Aires en 1954 por la editorial Indoamerica. Por último, se realiza una síntesis sobre algunos de los aspectos vinculados a la obra de Serge.
II. Los proyectos editoriales de Jorge Abelardo Ramos
Partimos[1] de la premisa, que no es novedosa, por cierto (Pulfer 2015) (Ribadero 2016) (Cucuzza y Spregelburd 2012) (Viñas 2005), de que los editores y las editoriales delinean con sus selecciones de autores y publicaciones, y más aún, con sus «colecciones» (elección de autores, libros, temas y problemas) un modo de ver y comprender el pasado y el presente. Hacen política, en la medida en que eligen discutir o defender su tiempo, difundir y promover autores con determinada inclinación política e ideológica. En ese sentido, una colección, como fue el caso de la llamada «Biblioteca de la Nueva Generación», de editorial Indoamérica (Buenos Aires, 1948-1955), expone —o eso creemos— buena parte del «mapa mental» (teórico, político, ideológico) de quien fue su editor o quienes formaron parte del consejo editorial. En este caso, hablamos del ensayista, pensador, periodista y político, Jorge Abelardo Ramos (Buenos Aires, 1921-1989).
Segunda premisa. Tanto por la trascendencia de las obras publicadas por Jorge Abelardo Ramos como por la difusión, expansión e influencia (Del Campo 2000) (Tarcus 2007) (Ribadero 2017) que sus editoriales y colecciones tuvieron en los ámbitos intelectuales, militantes y políticos de su época (1948-1989), creemos que el estudio de estos emprendimientos editoriales puede permitir una mayor (y quizás más profunda) comprensión de las ideas que circulaban durante aquellos años. Repasemos.
Jorge Abelardo Ramos fue editor de las editoriales Octubre (1949), Indoamérica (1948-1955), Amerindia (1957). Editor y director de la colección La Siringa en la editorial Arturo Peña Lillo (1959-1960) y editor de Coyoacán (1960-1963), editorial que proyectó trascender las fronteras argentinas, en un intento declarado por, como lo señalaba en las notas del editor, «refundar La Patria Grande». En este sentido, en Coyoacán publicaron distintos autores latinoamericanos como el oriental Methol Ferré; los brasileños Helio Jaguaribe y Claudio de Araújo Lima; los también orientales Vivian Trías, Luis Alberto Herrera y Roberto Ares Pons; el guatemalteco Juan José Arévalo y el boliviano Carlos Montenegro.
La sede de Coyoacán estaba ubicada en pleno centro porteño. El proceso de edición y pruebas tipográficas se realizaba en la Librería del Mar Dulce, que pasó a ser un espacio de reunión, debate, difusión y formación cultural y política, por donde pasaban pensadores de la talla de Elías Castelnuovo, Arturo Jauretche, Alberto Methol Ferré, Ricardo García Lupo, Luis Alberto Murray, Fermín Chávez, José María Rosa, Enrique Oliva, Enrique Pavón Pereyra y los miembros del grupo de arte político Espartaco. Además, Jorge Abelardo Ramos, en 1966, fundó y se desempeñó como editor de la editorial Rancagua (1973-1977) y de las Ediciones del Mar Dulce (1966-1987).
Otra cuestión a considerar que merodea el mundo de Jorge Abelardo Ramos y sus editoriales, se relaciona con las llamadas «izquierdas» y el problema nacional.
III. Algunas cuestiones sobre las izquierdas en la región.
No es izquierda sino izquierdas, porque, como lo han demostrado numerosos estudiosos del tema, desde Diego Abad de Santillán con su libro El movimiento anarquista en la Argentina desde sus comienzos hasta 1910 (1930), hasta la monumental obra dirigida por Horacio Tarcus acerca de la que han trabajado tantísimos especialistas sobre el tema, me refiero al Diccionario Biográfico de la Izquierda Argentina. De los anarquistas a la “nueva izquierda” (1870-1976) (2007), se ha señalado una y otra vez sobre las diferencias de concepción, ideología y proyectos políticos existentes entre los diferentes grupos que se asumen como agrupaciones de izquierda.
Según los historiadores Ricardo Falcón (1984) y Norberto Galasso (2018), las ideas de izquierda irrumpen en el escenario argentino con la llegada de los inmigrantes y se manifiestan a partir de las primeras organizaciones gremiales, con la formación de los primeros sindicatos. Falcón como Galasso, vinculan entonces a las ideas de izquierda en Argentina con el florecimiento de un movimiento, que llaman «obrero». De allí que para ellos sea en el año 1857 con dos sucesos que se da origen a las ideas de izquierda: la primera huelga realizada por los tipógrafos y la posterior creación de la Sociedad Tipográfica Bonaerense. No obstante, ambos autores consideran que estas ideas de izquierda empiezan a florecer un poco más tarde, con la llegada de los lectores y difusores a la Argentina de las obras de los principales referentes del pensamiento de izquierda en Europa. Tarcus, por ejemplo, pondera más el aspecto teórico intelectual, señalando que las lecturas de autores como Karl Marx (Treveris, Alemania, 1818-1883), el ideólogo del Socialismo Científico, o del teórico anarquista Mijaíl Bakunin (Priamujino, Rusia, 1814-1876), comienzan a aparecer hacia 1870 (Tarcus 2007).
En otra dimensión política e ideológica, podemos encontrar a la «otra izquierda», el Socialismo Nacional o Izquierda Nacional. Su nacimiento no se debió a una agrupación política; tampoco, a diferencia del socialismo, el comunismo, el socialismo científico (marxismo) o el anarquismo, respondió a una influencia directa desde afuera. Probablemente esta característica especial fue responsable tanto de su originalidad como de su lugar marginal en las primeras décadas del siglo XX. Sobran los dedos de una mano para contar a los representantes del Socialismo Nacional antes de la Gran Guerra (1914-1918) y de la Revolución Rusa de 1917. Entre estos pocos se destaca como extraordinario, el caso del socialista nacional y latinoamericano Manuel Ugarte (Buenos Aires, 1875-1951).
Una de las primeras razones de la diferencia de la Izquierda Nacional o Socialismo Nacional respecto de las otras izquierdas se debe a una supuesta incongruencia arraigada directamente en uno de los términos que definen la corriente de pensamiento: hablamos del término “Nacional”. El creador del Socialismo Científico, Karl Marx, y su compañero de aventuras, Frederic Engels (Barmen, Alemania, 1820-1895), establecieron como postulado fundacional «el internacionalismo», la idea de una Patria proletaria sin fronteras. No es casual que la primera agrupación de envergadura constituida por Marx y Engels llevó la denominación de Primera Internacional Socialista (1864)[2], organización que debía congregar a los delegados y mayores exponentes de la izquierda mundial bajo el lema «Los trabajadores no tienen Patria» (Marx y Engels [1848] 1957).
Desde la lectura de Marx y Engels, asumida también por las demás izquierdas no nacionales, la cuestión nacional expresaba una reivindicación burguesa ligada al proceso iniciado en Europa tras las Revoluciones Burguesas, momento definido como de formación de los llamados «Estados Nación» (Anderson 1993) (Gellner 1991) (Hobsbawm 2012). En las regiones periféricas, como África, América, Asia o Rusia, esta perspectiva, que elegía como enemigo principal de los trabajadores a la burguesía industrial nacional, maridaba con dos elementos sustanciales relacionados con el imperialismo y la colonización pedagógica ejercida desde el Atlántico Norte hacia «las periferias».
El primer elemento se vincula con un desplazamiento asociado a direccionar todas las energías hacia la burguesía industrial nacional beneficiando indirectamente a los sectores industriales y comerciales ingleses, franceses o norteamericanos, por no dar cuenta, como decía el socialista nacional peruano, Víctor Raúl Haya de la Torre, que en América el imperialismo había llegado antes que el capitalismo (Haya de la Torre 1927). En otras palabras, mientras corría la sangre de los trabajadores periféricos reprimidos por las fuerzas coercitivas de turno, los trabajadores europeos engrosaban sus salarios gracias al plus-valor que las burguesías industriales y comerciales del Atlántico Norte generaban ejerciendo la sobre explotación de la mano de obra (que en algunos casos incluía el trabajo esclavo y servil) en sus sucursales radicadas en lugares fuera de sus fronteras.
El segundo elemento que distinguió a la Izquierda Nacional o Socialismo Nacional de otras izquierdas, fue el lugar asignado a la cultura nacional, a las tradiciones y costumbres de los pueblos frente a las ideas de progreso, civilización y la doctrina de la evolución social proveniente de las potencias del Atlántico Norte. Mientras que el socialismo (el científico y el no científico) se empapó rápidamente con la ideología liberal hegemónica nacida bajo los preceptos de una idea de progreso marcada por el avance de la civilización sobre la barbarie (que en nuestra región se tradujo en reemplazo de la población —gauchos e indios—, cultura y tradiciones autóctonas por las europeas), sistema de creencias sobre la evolución social que se afianzó en las instituciones educativas «blanqueando» (Tamayo [1910] 1979) el panorama social preexistente. La Izquierda Nacional o Socialismo Nacional, en cambio, se ocupó de estudiar la historia nacional enfocando especialmente en los sectores populares y sus líderes.
Por otra parte, en el caso de Marx y Engels, tras estudiar la historia de la humanidad y sus formas económicas en textos que aparecerán luego compilados como Elementos fundamentales para la crítica de la economía política. Grundisse (1857-1858), Cuadernos Kovalevsky (1879) y fundamentalmente en El Capital. Critica de la economía política (1867), terminan por crear una serie de categorías que no escapan al paradigma y matriz de pensamiento imperante en Europa «del norte» (Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, Bélgica). Una de las categorías más sesgadas por la coyuntura positivista-evolucionista es la categoría de «modo de producción», relacionada íntimamente con el supuesto progreso y evolución de los pueblos a lo largo de la historia. Marx y Engels clasificaron distintas formas de propiedad de los medios de producción. Afirmaron que pueden ser de propiedad colectiva, propiedad familiar o propiedad privada. Desde su lectura, en la medida en que fue avanzando el proceso de división social del trabajo, comenzaron a distinguirse diferentes grupos o clases de acuerdo al lugar que ocuparan en la organización del proceso de producción. Así, por un lado, ubicaron a los dueños de los medios de producción y, por otro lado, a los productores directos, esto es, quienes sostienen con su trabajo el desarrollo de la producción de los bienes necesarios. La manera en que esos bienes se distribuyen da lugar a la aparición de grupos o clases dominantes y dominadas en una sociedad.
Ahora bien, en este punto, hay otros elementos que debemos sumar, considerar y analizar para trabajar la categoría de modos de producción en América Latina y el Caribe. Por ejemplo, la interpretación y función de la naturaleza, recordemos que en América se produjo una «Revolución del Neolítico» original (el proceso por el cual los cazadores/recolectores comenzaron a volverse también agricultores y criadores de animales para alimentarse), que evidentemente generó una relación entre el hombre y la naturaleza diferente a la relación establecida en otras regiones con otras «revoluciones del neolítico», o la influencia del cristianismo y ciertas congregaciones, como los jesuitas, que practicaron con otras comunidades (Guaraníes, por ejemplo), nuevas y originales formas de producción.
IV. El Revisionismo Marxista o el Marxismo en crisis. De las Revoluciones del 48´ a la Revolución Rusa de 1917.
El historiador y maestro de historiadores, José Sazbón (Ciudad de Buenos Aires, 1937-2008), señala que el marxismo tiene una serie de crisis tempranas, que dejan, en términos futbolísticos, a Marx en el banco, sin posibilidad de salir a la cancha. Veamos.
El marxismo comienza a hacer pie entre 1846 y 1848, momento en el cual Marx y Engels elaboran una teoría explicativa de desarrollo social y una imagen acoplada de la sociedad contemporánea. Las ideas de Marx y Engels nutrieron rápidamente a socialistas, anarquistas, cooperativistas, socialdemócratas. Los liberales comenzaron a hablar con las categorías marxistas de «clases sociales», «fetichismo», «alienación» y «modos de producción», no obstante, la proclama «Los trabajadores no tienen Patria» funcionaba como una fuerza reactiva para los nacionalistas, pero también para agrupaciones regionales, locales o nacionales (gremios, sindicatos, mutuales, sociedades civiles) que mantenían una tradición de lucha de arraigo local, regional o nacional. En resumen, si bien las ideas de Marx y Engels alimentaron quizás como nunca antes (¿y nunca después también?) a las ideologías de izquierda pre existentes, también se distanciaban de reivindicaciones, luchas y resistencias de raigambre local, regional o nacional. José Szasbón llama «crisis del marxismo», por ejemplo, a una serie de replanteos y cuestionamientos teóricos surgidos hacia la mitad del siglo XIX, todos ellos relacionados con la adecuación y práctica política de las ideas marxistas a las exigencias del momento social y político.
La revisión de los fundamentos del marxismo, dice Szasbón, surge del cuestionamiento a un «modelo puro» de sociedad (un modelo de burguesía, proletariado, campesinado y empresarios/capitalistas), en pocas palabras, de un tipo definido de modernidad. Estos determinismos quedan rápidamente eclipsados por una serie de sucesos ocurridos en la mismísima Europa cuando entre los años 1848 y 1852 estallan las llamadas «Revoluciones fallidas del 48», todas ellas envueltas en el furor nacionalista (Gellner 1991) (Hobsbawm 2012) (Anderson 1993). Estas revueltas llevan a Marx y Engels a “un retiro de estudio” para precisar cuestiones (Marx y Engels 1946).
Luego de este impasse, Marx y Engels vuelven a intervenir para reafirmar con mayor tenacidad la teoría de la marcha progresiva de las sociedades a través de la dialéctica de la lucha de clases, de modo que las revoluciones sociales son el motor de la historia. Ahora bien, en el caso de las revoluciones del 48, no se produjo un avance histórico, no se encendió el motor, ya que no se plantearon desde la perspectiva de la lucha de clases, sino que estas luchas, desde su óptica, quedaron bajo la sombra generada por el furor nacionalista (Marx y Engels 1981). Encadenado con este razonamiento, sostenían además que no todos los pueblos están preparados para, tras vencer en las luchas, avanzar en la historia. Consideran que, si el proletariado no es consciente de su lugar, si no se encuentra preparado cultural, ideológica y políticamente, a pesar de vencer a la burguesía o a los terratenientes, las medidas que luego adoptará no irán más allá de medidas típicamente pequeño burguesas (Marx y Engels 1946).
Estas cuestiones toman especial relevancia en las regiones del planeta llamadas «periféricas» o del «tercer mundo», ya que desde dicha concepción el proletariado periférico se encontraría, por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, en una fase evolutiva muy anterior a las de las potencias del Atlántico Norte. Al mismo tiempo, la premisa de Marx y Engels, que afirma que los trabajadores no tienen patria y que las cuestiones nacionales esconden en realidad reivindicaciones burguesas (más allá de sus escritos sobre la cuestión judía y sobre el caso irlandés, claro está), definitivamente deja en un lugar muy alejado a las luchas por la liberación nacional que las colonias y semi-colonias llevaron y llevan contra los imperialismos del norte.
Lo cierto es que tiempo después, en 1917, ya sin Marx ni Engels, estalla la Revolución Bolchevique de obreros y campesinos que se autoproclama socialista primero y comunista después, en un país periférico, digamos, en tierras del tercer mundo. Filósofos, historiadores, políticos, militantes y académicos reflexionaron, discutieron, y buena parte de ellos no comprendieron como en Rusia, un país considerado atrasado económica, política y culturalmente por los padres fundadores del «Socialismo Científico», se producía la primera revolución socialista de la historia. Con su Revolución de noviembre de 1917[3], Rusia y no Alemania[4], como auguraban Marx, Engels y todos los demás marxistas europeos, pasaba a la fase superior del desarrollo social, que es lo mismo que decir que se sociabilizaban los medios de producción[5]. De ahí en adelante en Rusia, los medios producción se convierten en medios de producción colectivos y pasan a ser administrados, planificados, dirigidos desde el Estado.
Ahora bien, ¿por qué razón Rusia, un país a miles de kilómetros de Latinoamérica, distante a nivel social y cultural, ya por el idioma como por sus costumbres, si tenemos en cuenta las oleadas inmigratorias europeas transoceánicas desde Siglo XVI a la actualidad comienza luego de la Revolución de 1917 a ser uno de los focos principales de atención en los ámbitos culturales, políticos y académicos latinoamericanos? Se podría enumera una larga lista de viajeros a la URSS entre 1917 y 1939: Elías Castelnuovo, Haya de la Torre, César Vallejo, Manuel Ugarte, Diego Rivera, Aníbal Ponce, Rodolfo Puiggrós, Gabriela Mistral, entre tantos otros/as)[6].
En primera instancia, el impacto se puede explicar desde dos niveles. A nivel espacial, Rusia posibilita, desde 1917, un lugar en donde se desarrolla el ansiado experimento de realizar una sociedad socialista7. A nivel temporal, por ser un nuevo punto de referencia en donde la transformación social pasó de la utopía a la realidad. Motoriza una reinterpretación de las perspectivas de revolución social presentes en los ámbitos intelectuales latinoamericanos, establece una nueva dimensión de análisis.
Inevitablemente, su realización representa para el mundo de las izquierdas de la región un episodio más del «drama revolucionario» iniciado con la Revolución Francesa, en ese sentido se cruza, influencia, discute, se contrapone o se ensambla a las revoluciones como la mexicana (1910-1920) y a la rebelión de Sandino (1927-1934) contra el avance norteamericano en Nicaragua, a las propuestas del Aprismo de Haya de la Torre en la cordillera o al proyecto educativo de José Vasconcelos (Oaxaca – México, 1882-1959) en México (1920-1921).
Al mismo tiempo, para un nacionalista argentino como Ramón Doll (La Plata, 1896-1970), aquella revolución solo podía interesarle a un ruso, dice; «el proletariado argentino, inglés o francés, no ha ganado nada con el triunfo bolchevique, ni tendrá en aquel juego más ventajas que las que tendrían si volvieran “los blancos” al Kremlin». Entonces, ¿por qué razón para Doll el tema a resultado tan llamativo para los argentinos como para los demás latinoamericanos? En pocas palabras lo explica: «Cuando la Nación no es Nación y las instituciones no existen o existen con vida falsificada, el reformador revolucionario no parece tan delirante si habla de destruir lo que carece de vida nacional, de arraigo en las masas, de prestigio intelectual» (Doll [1943] 1975: 277).
Probablemente, por todas estas cuestiones y por muchas más también, Jorge Abelardo Ramos decide dedicarle especial atención al caso de la historia de la Revolución Rusa, la Unión Soviética y sus principales ideólogos, pensadores, revolucionarios, como es el caso de Lenin (Uliánovsk, 1870-1924) y, especialmente, el de León Trotsky (Bereslavka, 1879 – Coyoacán, Ciudad de México, 1940).
V. Víctor Serge y su libro: Vida y muerte de Trotsky
En un muy buen trabajo de Horacio Tarcus, titulado El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milciades Peña (1996), se ensaya una definición de la corriente de pensamiento llamada «Izquierda Nacional». Escribe Tarcus: «Su punto de partida fue una caracterización del peronismo distinta de la del resto de la izquierda, cuya originalidad consistía en considerarlo como un momento necesario —y, por lo tanto, susceptible de ser superado— en el proceso de formación de una conciencia nacional» (p. 23). En el sentido que lo entiende Tarcus, esta corriente que en parte acompaña al movimiento peronista, no abandona la premisa de la izquierda «clásica» en donde para la realización del proyecto socialista es necesario que el proletariado (en el Estado proletario: socialista o comunista) se apodere de los medios de producción, en resumen, que se elimine la burguesía nacional o internacional, sin distinción. En consecuencia, desde la perspectiva en la cual Tarcus interpreta a la Izquierda Nacional, el peronismo no es un hecho maldito, claro está, pero tampoco es la realización del proyecto socialista que ellos buscan.
En este punto, no creemos que con esta visión se encuentre saldada dicha cuestión, menos aún si consideramos la cantidad de autores, ideas, categorías y nociones desarrollados por la izquierda nacional desde su nacimiento (allá por fines del siglo XIX, si tomamos los textos de Manuel Ugarte); pero bien nos sirve la lectura Tarcus para comprender que esta corriente de pensamiento discutió con la tradición comunista, «disputándole ideas, valores, acontecimientos y figuras del pasado» (1996: 23). Uno de los acontecimientos a disputar fue, sin duda, la lectura de la Revolución Rusa, e inevitablemente ligada a esta «batalla de ideas», también lo fue el tema de las valoraciones de las principales figuras de aquel acontecimiento: Vladimir Iliích Uliánov, alias «Lenin», León Davídovich Bronstein, más conocido como «León Trotsky» y Iósif Stalin.
Jorge Abelardo Ramos fue, probablemente, quien mejor capitaneo el equipo de la Izquierda Nacional en la búsqueda de un objetivo doble: por un lado, defender la vida, obra e ideas de Trotsky frente al desprestigio que su figura sufría por parte del Partido Comunista; por otro, posicionar las ideas de Trotsky como nociones imprescindibles rumbo al objetivo final de lograr una patria socialista, soberana, anti imperialista y latinoamericana.
En este sentido, cualquiera que emprenda un recorrido por las obras publicadas por la editorial Indoamerica y su Biblioteca Nueva Generación, encuentra rápidamente que al menos ocho de sus 21 libros se encuentran vinculados a las ideas de Trotsky; cuatro de ellos son libros directamente escritos por Trotsky, mientras que en los otros cuatro se difunden sus libros y tesituras, al mismo tiempo, podríamos sumar tres títulos más, que aparecen como «prontos a publicar» pero que no llegaron a salir a la calle. En su conjunto, estos libros son:
- Carlos Etkin, Natalia Sedova Trosky contra la editorial Tor: Denuncia y querella por falsificación del libro “vida de Lenin” (1948).
- León Trotsky, Vida de Lenin (juventud) (1949).
- León Trotsky, ¿Qué fue la Revolución Rusa?: Lecciones de Octubre (1953).
- León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa (1953).
- Víctor Serge, Vida y muerte de León Trotsky (1954).
- Juan Ramón Peñaloza (seud. Aurelio Narvaja y Adolfo Perelman), Trotsky ante la revolución nacional latinoamericana: una biografía política (1954).
- León Trotsky, La revolución permanente (1955).
- H. García Ledesma (seud. Hugo Sylvester). Stalin y la burocracia contrarrevolucionaria (1954).
- Rafael Lescano, Trotsky y la crisis del marxismo (anunciado, pero sin publicar).
- Jorge Abelardo Ramos, Trotsky en Latinoamérica. Problemas de nuestra revolución (anunciado, pero sin publicar).
- León Trotsky, Literatura y Revolución. Con un poema de Luis Blanco (anunciado, pero sin publicar).
En este caso, nos detendremos a revisar tres aspectos presentes en el libro Vida y muerte de Trotsky, de Víctor Serge, que nos interesan en tanto pueden ser claves para comprender las razones que llevaron a que este grupo de hombres y mujeres de la Izquierda Nacional a publicar el libro.
a) Mateando con Víctor Serge. El prólogo de Elías Castelnuovo
Elías Castelnuovo nació en 1893 en Montevideo, en el barrio obrero de Palermo. Sin embargo, vive la mayor parte de su vida en Buenos Aires. Obrero linotipista, escritor social de orientación anarquista, tras un breve acercamiento a los ámbitos culturales comunistas argentinos adhiere al movimiento peronista pasando por distintas agrupaciones de la izquierda nacional y popular. Sin embargo, a pesar de todas estas actividades, su reconocimiento pasa por ser uno de los fundadores del «Grupo de Boedo».[7]
Tras huir de su casa a los quince años, vagabundea desde Rio Grande Do Sul hasta Entre Ríos y trabaja en los más diversos oficios: mozo de cuadra, peón de saladero, albañil frentista y constructor. Finalmente se instala en Buenos Aires en 1910 donde consigue trabajo como linotipista y tipógrafo. Rápidamente se vincula con los grupos literarios y culturales anarquistas. En 1917 forma parte del ala libertaria «emergente» que simpatiza con la Revolución Rusa y el gobierno bolchevique. Colabora en la Revista Prometeo y en el diario La Protesta con poemas de adhesión a la Revolución Rusa. En la imprenta donde trabaja entabla amistad con el médico rosarino, Lelio Zeno. Como Castelnuovo, el médico también simpatiza con el grupo de los llamados anarco-bolcheviques. Juntos se radicaron en 1919 en una isla al este del Río Paraná para, como dice Castelnueovo en sus memorias, vivir libremente y ejercer la medicina entre los isleños. El proyecto termina con el arresto y encarcelamiento de ambos por ocupación ilegal de tierras fiscales.
En 1931, Zeno es invitado a viajar a la URSS por el doctor Sergio Iudin, director del Instituto Sklifosovsky, el establecimiento de cirugía de urgencia más grande de Moscú. El médico puede llevar dos invitados más. Uno de ellos es Castelnuovo, que rápidamente busca al tercer integrante del viaje: Roberto Arlt. Al respecto dice Castelnuovo:
—¿Ir a Rusia en este momento? ¿Yo? —exclamó él, alarmado, mudando de semblante y retrocediendo. Como si le propusiese asaltar un banco.
—¿Lo dice en serio?
—En serio, sí.
—¿Con lo que presencié esta madrugada en la Penitenciaría Nacional? ¿Usted sabe lo que es ver colocar a un gigante contra la pared frente a un pelotón de fusileros, eh? ¿Oír después una descarga cerrada y ver caer en seguida sobre el piso, bañado en sangre, al gigante como si fuese un muñeco de trapo? Déjeme. No, no, no. Todavía siento en la cabeza el retumbo de las balas.
—La invitación es sin gastos.
—No. Gracias.
—Con todo pago.
—Le digo que no. Que no.
—Pero ¿y por qué?
—¿Por qué? ¡Porque no quiero morir fusilado! (Castelnuovo 1974: 150)
Algunos días después de su regreso de Moscú, la policía allana la casa de Castelnuovo, llevándose toda la documentación del viaje al Departamento Central de Policía. De memoria, nuestro autor tuvo que reconstruir su viaje.
Las crónicas son publicadas en la revista Bandera Roja y en la revista Actualidad, de la cual es director desde el primer número de abril de 1932. Ese año publica, pero en formato de libro, su relato de viaje: Yo vi…! en Rusia (Impresiones de un viaje a través de la tierra de los trabajadores) (Castelnuovo 1932). Sus impresiones causan una profunda repercusión en los lectores, principalmente por una anécdota que el escritor incluye en el libro relacionada con un encuentro sexual con una mujer bolchevique tras el consentimiento de su marido. Los comunistas argentinos denuncian la forma en que nuestro autor describe este episodio. Como réplica a todos ellos, pública un segundo libro: Rusia Soviética (apuntes de un viajero) en 1933. ¿Qué es lo que molestó del primer libro? Lo dice el mismo Castelnuovo:
Declaro, ahora, que yo no tuve el propósito de ofender con ello a los casados. Tampoco tuve el propósito de estimular la gula de los solteros. Y declaro esto, porque los que se han sentido más vivamente lesionados en su dignidad por el relato, no fueron los solteros, sino los casados. Más de un cornudo, puso, naturalmente, el grito en el cielo.
—Usted debe declarar públicamente —me decía, mostrándome del saco, un ejemplar del «gremio magnífico»—, una de dos: o que eso es una mentira o que es una inmoralidad. A fin de arreglar la situación de las personas comprometidas en mí relato y tranquilizar a los maridos desprejuiciados que son partidarios del amor libre, en abstracto, pero, en concreto, son partidarios del cepo de la edad media, volveré a retomar el hilo de tan escabroso asunto. Veremos si a la postre resulta peor el parche que la tajadura. (Castelnuovo 1932: 65)
En los dos libros de viaje, Castelnuovo, lejos de lo que pretendía el Partido Comunista Argentina, narra las historias de aquellas voces silenciadas históricamente: ciegos, mendigos, artistas pobres, personajes enfermos. Sujetos con vivencias que expresan los espacios más marginales de la ciudad. Como en sus libros Tinieblas (1923), Malditos (1924), Entre los muertos (1925), Carne de Cañón (1927), Larvas (1930), hay una búsqueda de estos personajes que están en el borde la sociedad.
En la Unión Soviética, Castelnuovo mateará con el periodista, escritor, militante socialista y activo participante del proceso revolucionarios bolchevique, Víctor Lvóvich Kibálchich (Bruselas, Bélgica, 1890 – Ciudad de México, 1947), conocido como Víctor Serge. Crítico abierto del estalinismo, fue obligado a abandonar la Unión Soviética huyendo de la represión y, como tantos otros revolucionarios, falleció en el exilio mexicano. En el prólogo de la edición de Indoamerica de Vida y muerte de Trotsky, Elías Castelnuovo nos deja unas anécdotas sobre Víctor Serge:
Lo conocí en Rusia a fines del año 1931. Residía entonces en la ciudad de Leningrado y se hallaba aún, aparentemente, en buenas relaciones con el partido [Partido Comunista Ruso]. Ocupaba un cargo importante en la VOKS[8] y presidía, además, la Sociedad de Hispanistas, agrupación de intelectuales integrada por setenta rusos que hablaban todos perfecto castellano. Estaba casado con una francesa y durante las tertulias que tenían lugar en su domicilio, cambiaba de idioma a cada rato. Tan pronto hablaba en francés, tan pronto en ruso, tan pronto en español. […] A veces, venía a tomar mate conmigo a Dom Uchoney, en cuyo piso superior me alojaba, un edificio antiguo situado junto al Neva y frente a la Fortaleza de San Pedro y San Pablo. Yo me había llevado de aquí un cilindro de yerba, conocida allí por paraguaysky chay, té del Paraguay, y a cada hispanista que me visitaba lo recibía como si hubiese estado en la República Argentina. […] Algunos, no bien chupaban un poco la bombilla y le sentían instantáneamente el gusto al yuyo paraguayo se ponían colorados de golpe y escupían violentamente el líquido contra el piso como si hubieren ingerido veneno. […] Víctor Serge, por el contrario, se había aficionado al mate en España y se prendía al cimarrón exactamente igual que un criollo. (Castelnuovo 1954: 11-12)
Luego, el escritor de Boedo pasa a describir al bolchevique:
Su agilidad mental, recio, no obstante, y corpulento. A pesar de todas las calamidades y contratiempos que había pasado a lo largo de su existencia –miseria, prisiones, destierros- conservaba una salud espléndida. Parecía un luchador romano. Se acostaba tarde y se levantaba temprano sin dar nunca señales de cansancio. A cualquier hora que se lo visitase, por tanto, se lo encontraba despierto. Trabajaba con ahínco. Sistemáticamente. A despecho de su origen eslavo, tenía características típicamente latinas. Era de una fogosidad tropical, por ejemplo. Se arrebataba fácilmente y transformaba cualquier conversación amable y apacible en una discusión seria y acalorada. No sabía hablar en frío. Ni sentado sobre una silla o una butaca. Ni siquiera parado. Caminaba de aquí para allí, mientras discurría, apurando el paso a medida que se agitaba. Su vitalidad desbordante, no resistía las cuatro paredes de la habitación. […] En nada, por otro lado, se diferenciaba de nosotros. Pronunciaba, incluso, la lengua de la Real Academia Española, como se pronunciaba en esta república, y debido a que conocía la jerga de las cárceles, solía matizar su discurso con expresiones como «tirar la manga» o «meter la mula». (Castelnuovo 1954: 12-13)
b) Víctor Serge: de la militancia anarco sindicalista a la Revolución Rusa
Víctor Serge fue un enérgico participante del proceso revolucionario bolchevique iniciado en 1917. Toda su vida se vio afectada por la militancia revolucionaria. Su padre Lev Kibálchich era pariente de Nikolái Kibálchich, quien estuvo involucrado en el atentado que asesinó al Emperador Alejandro II en 1881. Forzados a emigrar, desde su llegada a Bruselas, su familia se involucró con el grupo de emigrados políticos rusos opositores al régimen zarista. Durante la adolescencia se relacionó con grupos anarquistas belgas, franceses y rusos, seguidores del teórico anarquista ruso Piotr Kropotkin (Moscú, 1842-1921). Por una serie de homicidios cometidos por uno de los miembros de estos grupos, aunque Víctor Serge no estaba involucrado con estos crímenes y se declaró inocente, fue enviado a prisión entre 1913 y1915.
Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en el contexto de avance del ejército alemán sobre el territorio francés, la población local del poblado en el cual estaba prisionero, sospechando una posible derrota francesa, se ve obligada a emigrar y durante algún tiempo Serge, como buena parte de los habitantes, quedó también prisionero de los alemanes. Una vez liberado decide radicarse en Barcelona, donde se liga inmediatamente a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), organización sindical de orientación anarquista. Al enterarse del proceso revolucionario iniciado por los bolcheviques en Rusia, decide sumarse a la revolución, no obstante, es apresado sin cargos en Francia. Por intervención de la Cruz Roja, logra su liberación, y con otros rusos exiliados, como León Trotsky, se suma a la revolución bolchevique triunfante hacia febrero de 1919. Escribe Serge:
Volvimos a Rusia tras diez años de exilio, en medio de una revolución triunfante, pero en un país empobrecido y ensangrentado por la guerra. Nuestro primer contacto con las autoridades rusas, en Torneo, frontera sueco-finlandesa, fue glacial y no ciertamente a causa del crudo invierno. Todos los documentos de Trotsky quedaron retenidos para su examen, con la promesa de serles inmediatamente enviados a la Presidencia del Soviet de Petrogrado, único domicilio provisional que pudimos dar. (Serge 1954: 39)
Luego agrega:
Al día siguiente de su llegada a Petrogrado [Trotsky] habló en el Soviet para formular sus tres consignas: 1) desconfianza hacia la burguesía; 2) control de nuestros propios jefes; 3) confianza en nuestras propias fuerzas revolucionarias. Categóricamente negaba apoyo al Gobierno Provisional. Veinte días después estallaba el conflicto entre el Soviet de Marinos de Cronstadt y el Gobierno Provisional: el Soviet negaba obedecer las órdenes de dicho gobierno. Trotsky preconizó el apaciguamiento, en tanto que los ministros anunciaban la represión. (Serge 1954: 44)
En la primera parte del libro, Serge realiza un esfuerzo por «limpiar la imagen de Trotsky como la de todos los demás bolcheviques, como él, que se vieron de alguna manera envueltos en el desenlace trágico de la llamada “Rebelión de los marinos de Cronstadt”» (Serge 1954: 53), realizada por un grupo que cuestionaba las directivas de los lideres bolcheviques en los primeros años de la revolución. La victoria sobre los rebeldes significó la consolidación del partido bolchevique en el Gobierno y el inicio de la llamada «Dictadura del Proletariado».
c) La figuración de León Trotsky por Víctor Serge.
Víctor Serge, desde su llegada con Trotsky a Petrogrado en febrero de 1919, se dedicó infatigablemente a sostener que la Revolución Bolchevique iniciada por Lenin, luego de la muerte éste y del derrotero que llevo a Iósif Stalin (Gori, Giorgia, 1878-1953) al liderazgo del Partido Comunista Ruso, se dedicó a resistir los ideales del grupo revolucionario comandado por Trotsky. De alguna manera, su libro sobre Trotsky es el libro del grupo que pierde el protagonismo y liderazgo de la Revolución Bolchevique tras la muerte de Lenin, con sus derrotas, persecuciones y purgas sufridas. Serge en una parte del libro se detiene en la descripción de lo que es ser «un revolucionario», destacando a Trotsky como uno de sus mejores ejemplos, escribe Serge:
La sospecha y la desmoralización hicieron estragos entre los círculos revolucionarios. Trotsky estuvo entre los que, en tales circunstancias, supieron guardar la entereza. Otros aprovecharon la traición para disertar sobre los sombríos abismos del alma humana. […] Trotsky se interesó en él [alude al psicoanálisis], aunque sin profundizarlo. La unidad de su vida interior y de su actividad se hallaban establecidas. Careció de tiempo para enfrascarse en el estudio de la psicología, pero atribuyo siempre al carácter, a la mentalidad, a las preocupaciones de los hombres, capital significado. Su predisposición al análisis psicológico le facilitó sin duda alguna el contacto con las masas. (Serge 1954: 32-33)
Puede observarse en la figuración que Serge hace de Trotsky la tendencia histórica de los grupos intelectuales y militantes del mundo de las izquierdas europeas, en donde los acontecimientos revolucionarios son promovidos por seres especiales, con características extraordinarias que rondan, por momentos, lo sobrenatural. Aquí tan sólo se ha extraído un párrafo, pero prácticamente en todo el libro Serge propone un Trotsky que vence al sacrificio, las persecuciones, que es lúcido cuando los demás zozobran, entre otros aspectos fenomenales de su personalidad. La superioridad de estos sujetos «elegidos» respecto de los demás, de los otros «no elegidos» inmersos en la gran masa de la población, tenga probablemente como única diferencia respecto a los líderes místicos o religiosos, el desempeño desarrollado en los momentos previos y en el momento revolucionario, es decir, Trotsky no tiene clan, no forma parte de una familia poderosa ni mucho menos, sino que fueron sus acciones las que lo han llevado al lugar de liderazgo de su grupo.
d) El proyecto de los revolucionarios bolcheviques y su derrotero.
Para Víctor Serge, el proyecto primero de la Revolución Bolchevique era «barrer con lo que quedaba del antiguo régimen» (Serge 1954: 124): autocracia imperial, castas, nobleza, funcionarios, administración, y con ello, el modo de producción feudal, grandes extensiones de tierra en manos de terratenientes, el capitalismo ocioso ruso y el capitalismo extranjero. Dice Serge categórico: «cuyo sólido dominio y enraizamiento conferían antaño a Rusia un carácter semicolonial» (Serge 1954: 138). Serge, como Trotsky, sostiene que una vez superado el antiguo régimen había que superar la instancia de la Dictadura del Proletariado, desarrollando un proceso de democratización, en donde exista más de un partido proletario y, al mismo tiempo, el proceso de industrialización. «Cómo sostenía Trotsky no podía realizarse a costa de la agricultura, era desproporcionado el esfuerzo que se le pedía a uno respecto del otro sector» (Serge 1954: 193). Luego, Serge narra con excesiva minuciosidad el ascenso al poder de Stalin tras la muerte de Lenin, las purgas, persecuciones, torturas, falsos testimonios tomados a los opositores a Stalin y, en definitiva, cómo, desde su óptica, la Revolución se transformó en un estado totalitario comparable a otros estados totalitarios como el de Hitler en Alemania o el de Mussolini en Italia.
¿Cuánto influenció este derrotero, está derrota en las características que luego tendrán los grupos afines a ideas trotskistas en el resto del mundo? Es algo imposible de determinar. Quizás pueda argumentarse que hablar del poder sin la pretensión real de hacerse del poder, de gestionarlo y administrarlo, podría haber conducido a que, muchas veces, los grupos del trotskismo realizaran y realicen propuestas alejadas de la realidad, de su potencial realización en este mundo. También es cierto que otros movimientos más nacionalistas que trotskistas, más nacionalistas que leninistas y más leninistas que trotskistas, realizaran, luego, revoluciones exitosas tomando algunas ideas de Trotsky, como el caso de los revolucionarios chinos (1949) o de los revolucionarios cubanos (1959).
De la primera a la tercera parte, el libro habla de la juventud de Trotsky, su intervención en la revolución y la toma del poder por los Bolcheviques. El resto del libro es la sucesión de hechos desafortunados que van desde el capítulo titulado como «La oposición», pasando por los capítulos «La Persecución» y «La Pesadilla», para cerrar con el capítulo que narra el asesinato de Trotsky a manos de los secuaces de Stalin en Coyoacán, apartado séptimo del libro titulado «Los asesinos». Serge, en las últimas líneas del libro, termina con un mensaje en tono profético, militante, casi místico. Como Trotsky, él también vivó sus últimos días exiliado en México, en Coyoacán, lugar donde reconstruye la biografía de León Davídovich Bronstein. Escribe Serge:
Quienes lo han hostigado y muerto, como han muerto a la revolución rusa y martirizado al pueblo soviético, conocerán el castigo. Ya han atraído sobre la URSS, debilitada por las masacres denominadas «depuraciones stalinianas», la invasión más desastrosa. Continuarán marchando hacia el abismo… Pocos días después de su muerte, yo escribía —y nada cambiaré de esas líneas— lo siguiente: «A lo largo de su heroica vida, León Davídovitch [Trotsky] creyó en el porvenir, en la liberación de los hombres. Lejos de debilitarla, los años últimos y sombríos, maduraron su fe, que el infortunio afianzó. La humanidad futura, libre de toda opresión, eliminará de su vida la violencia. Como a tantos otros, él me ha enseñado a creer en ello».
Coyoacán, junio de 1947. (Serge 1954: 279)
*Facundo Di Vincenzo es Doctor en Historia, Especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano, Profesor de Historia (USal, UNLa, UBA) Docente e Investigador del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte” y del Centro de Investigaciones Históricas UNLa.
Notas
- El texto forma parte del proyecto de investigación titulado: «Socialismo criollo, Patria Grande y revisionismo histórico. Jorge Abelardo Ramos y la editorial Coyoacán de la Izquierda Nacional (1960-1963)», dirigido por Marcos Mele, con los investigadores: Facundo Di Vincenzo, Javier López, Mauro Scivoli, Carlos Ismael Tello, María Villalba, Gabriel Gutiérrez, Marcos Muñoz, Iván Bach. El mismo corresponde a la convocatoria Amilcar Herera (2022-2023) de la Universidad Nacional de Lanús.
- La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o I Internacional Obrera, adoptó como sede la ciudad de Londres y estuvo integrada por partidos, sindicalistas, socialistas, anarquistas y asociaciones obreras de variado signo. El encargado de redactar sus estatutos fue Karl Marx. En 1868, a raíz de la incorporación de Bakunin, la AIT sufrió una polarización que condujo a enfrentamientos entre dos tendencias irreconciliables: por un lado, la anarquista (con Bakunin a la cabeza), por otro, la marxista, cuyo liderazgo intelectual ostentó Marx.
- La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o I Internacional Obrera, adoptó como sede la ciudad de Londres y estuvo integrada por partidos, sindicalistas, socialistas, anarquistas y asociaciones obreras de variado signo. El encargado de redactar sus estatutos fue Karl Marx. En 1868, a raíz de la incorporación de Bakunin, la AIT sufrió una polarización que condujo a enfrentamientos entre dos tendencias irreconciliables: por un lado, la anarquista (con Bakunin a la cabeza), por otro, la marxista, cuyo liderazgo intelectual ostentó Marx.
- Hay que considerar que en Rusia estaba en vigencia el calendario Juliano (introducido por Julio Cesar en el 46 d.c.) que retrocede 13 días con respecto al calendario gregoriano vigente en el mundo cristiano u occidentalizado, por ello la Revolución de octubre ocurrió en realidad el 7 de noviembre.
- Dice Marx: «En el seno de una sociedad colectivista, basada en la propiedad común de los medios de producción, los productores no cambian sus productos; el trabajo invertido en los productos no se presenta aquí, tampoco, como valor de estos productos, como una cualidad material, poseída por ellos, pues aquí, por oposición a lo que sucede en la sociedad capitalista, los trabajos individuales no forman ya parte integrante del trabajo común mediante un rodeo, sino directamente. La expresión “el fruto del trabajo”, ya hoy recusable por su ambigüedad, pierde así todo sentido» (Marx [1875] 1979: 35).
- Por mencionar algunos casos, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en la carrera de Historia, existe la opción de cursar Historia de Rusia como materia optativa, incomprensible opción sin su Revolución. Al día de hoy por la calle Corrientes de la Ciudad de Buenos Aires podríamos llenar varias bibliotecas con libros de editoriales argentinas respecto al tema de la URSS y, por último, recientemente presenté mi ponencia «José Ingenieros y la Revolución Rusa» en la Universidad Nacional de Luján, en donde se realizó una Jornada dedicada especialmente para conmemorar los cien años de la Revolución.
- Recordemos que el llamado Grupo Boedo, era un colectivo informal nucleado en el barrio porteño del que tomaba su nombre; el cual, por su estilo, formas y características, ha sido catalogado como un grupo de artistas de vanguardia de la Argentina durante la década de 1920. Por un «berretín» de los llamados «historiadores de las ideas», se los ha ubicado en forma opuesta al «Grupo de Florida», asociado a las corrientes europeas y a las élites culturales argentinas. No obstante, muchos integrantes del grupo de Boedo, como el caso de Roberto Artl, compartían amistades, revistas y encuentros con los de Florida. El barrio de Boedo, era por entonces uno de los barrios «obreros» de Buenos Aires, inevitablemente, esta condición determino el carácter del grupo.
- VOKS: acrónimo de la Sociedad de Relaciones Culturales con Países Extranjeros de la Unión Soviética, Vsesoiuznoe Obshchestvo Kul’turnoi Sviazi s zagranitsei (Sociedad Paneuropea para las Relaciones Culturales con Países Extranjeros), o Sociedad de Relaciones Culturales con la Unión Soviética.
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