Cada vez que hay cambios políticos profundos luego de una elección en Argentina, el rol del Estado es una de las cuestiones que toma el centro del debate. Más aún, en la actualidad, el debate es más álgido porque la discusión no es sobre determinadas funciones o intervenciones, sino que desde una de las partes se plantea el liso y llano retiro de la autoridad estatal de entramados básicos y elementales que hacen a la vida en comunidad.
Muchas cosas se repiten y otras son absolutamente nuevas dada la radicalidad que asume hoy el gobierno de corte neoliberal (o libertario en su autopercepción). Empero, las extravagancias políticas actuales no impiden que podamos pararnos desde el pensamiento nacional para realizar una comprensión histórica y así analizar y proponer alternativas de restitución y revalorización tanto del Estado, como de lo público y la vida en comunidad teniendo en cuenta el contexto del siglo XXI.
Las reflexiones de los diferentes autores y pensadores cobijados bajo el paraguas de la matriz del pensamiento nacional no son continuas ni lineales a lo largo del siglo XX, de la misma manera que los temas y problemáticas a los que se abocan. Así, vemos que durante las primeras décadas las reflexiones en torno al rol del Estado se centraron en lo que se dio en llamar “la cuestión social”. Es decir, aquel conjunto de problemas que al comienzo tenían que ver con la situación de los trabajadores-inmigrantes y con el agravamiento de problemas como la pobreza, la criminalidad, la prostitución, la enfermedad, las epidemias y el hacinamiento, problemas a los cuales las clases dirigentes y la mayoría del pensamiento nacional agregaban el anarquismo y la protesta política como factores de disolución de lo colectivo. A este escenario de amenazas, luego se le agregó la institucionalización política que incorporó a las masas populares a una representación mayor a partir de la ley 1420.
La cosmovisión de este primer nacionalismo era de un muy específico recorte del problema, sin un cuestionamiento sistémico que lo complejizara. Así, vemos una verdadera preocupación por los conflictos sociales y laborales que necesitaban la intervención estatal pero que no se extendía hacia las cuestiones de fondo, por ejemplo, las características económicas o políticas de un sistema de dominación y desigualdad que, incuestionado, se naturalizaba.
Manuel Gálvez, Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones eran voces, más o menos representativas, que coincidían en que los problemas no provenían del sistema económico sino de la heterogeneidad social producto de la inmigración, en una primera instancia o de los desbordes provocados por la apertura democrática, en una etapa posterior. Casi como islas lejanas, personalidades de la talla de Alejandro Bunge o Manuel Ugarte osaron modificar el orden de prioridades y pusieron el problema allí donde para el nacionalismo defensivo estaba la virtud. La caracterización que Norberto Galasso realizó de Manuel Ugarte como “argentino maldito”, bien podría hacerse extensiva para Alejandro Bunge y otros tanto pensadores que fueron excluidos de todos los medios que posibilitaban la difusión de sus reflexiones, en tanto cuestionaban un determinado ordenamiento económico y político afín al coloniaje.
Fue la crisis mundial del 30, como factor exógeno, el motivo que catalizó la construcción de un consenso alrededor de una nueva perspectiva estatal. Con el crack económico internacional y la ruptura del orden liberal, la burocracia militar inicia un proceso de consolidación que tiene la oportunidad de llevar adelante la ruptura del orden democrático mediante, a través de un conjunto de transformaciones desde el Estado. Esta década se constituye en un interregno entre la acumulación de un clima de ideas que se venía gestando desde un sector militar que pugnaba por la necesidad de una mayor intervención del Estado en la economía, y lo que luego fue un plan estratégico de ordenamiento económico-social del país, concretado a partir de la creación del Consejo Nacional de Posguerra en 1944.
Los incipientes intentos de diversificación industrial a través del proteccionismo de fines del XIX y principios del XX, chocaron con la hostilidad propia de un ambiente de arraigada tradición de libre comercio y laizze faire propia de la elite oligárquica dominante. Es con la Primera Guerra Mundial y más decididamente con la crisis económica global, que aparece la necesidad de un proceso de sustitución de importaciones donde el nacionalismo económico, que sostenía la idea de un Estado intervencionista, logra hacer realidad parte de sus propuestas. Las reformas y medidas más importantes dan cuenta de un Estado intervencionista que toma bajo su responsabilidad la implementación de medidas reguladoras de la actividad productiva interna y en su relación con el mercado mundial. Esto se realizó con el único propósito de resguardar a los sectores dominantes de los efectos nocivos de la merma registrada en sus ventas.
En la ampliación y robustecimiento de las capacidades del Estado que fueran más allá de la percepción de las amenazas es importante destacar brevemente el rol de las Fuerzas Armadas (FFAA). El proceso de gestación de un proyecto de transformación estatal desde las FFAA se insinuaba desde, por lo menos, la crisis económica de 1890. La posición militar coincidió, en esta primera etapa, con la del pensamiento nacional defensivo en cuanto al antiliberalismo y a la centralidad otorgada a las amenazas sociales, pero no en lo referente al rol del Estado en la economía. La posición castrense que propugnaba una determinada organización económica nacional diferenciable de la liberal fue ganando terreno hacia el interior del cuerpo militar, cobrando mayor visibilidad hacia la primera guerra mundial. Los problemas principales donde se hizo hincapié fueron la explotación de los recursos naturales y el impulso a la industrialización. Estos dos pilares sobre los que se debía edificar el desarrollo nacional se fueron vinculando mutuamente.
Otra de las importantes influencias de las que se nutrieron quienes luego le dieron forma al Estado del primer gobierno peronista fue la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, más conocida por sus siglas como FORJA. Si bien no tuvo una posición en cuanto al rol específico del Estado en la economía, su aporte tendrá que ver con cuestiones relacionadas a la independencia económica basada en la nacionalización de los recursos estratégicos, sobre todo en su postura, en forma de denuncia, contra la entrega a “las garras del imperialismo británico” de los diferentes gobiernos. El forjismo denunciaba que Argentina era una semi-colonia británica.
El Estado que emerge en el año 1943 y sobre todo después de 1946 asume un rol novedoso en algunos casos y de continuidad y profundidad en otros. Temas como la cuestión social (en su versión reducida), la industrialización atada a la independencia económica o la nacionalización de los recursos estratégicos eran problematizados y hasta abordados desde antes. Lo que se abre como novedad en esta nueva etapa es el lugar estratégico que asume el Estado donde, interviniendo de alguna u otra forma, planificó y dirigió los procesos económicos, políticos y sociales sometiéndolos a una misma dinámica, la de los intereses de la nación.
Quizás uno de los puntos de quiebre en esta transformación en el Estado tiene que ver con una idea que constituyó la esencia de cada una de las intervenciones de esta etapa y de la que vendrá: el Estado como actor superior encargado de organizar, de forma armónica, la vida en comunidad en los diferentes ámbitos. Esto dista en mucho del Estado como instrumento de las clases dominantes de los periodos anteriores, esta caracterización había sido una constante casi desde su origen. Así lo definió Juan Carlos Torre cuando sostuvo que la “ampliación de las bases de la comunidad política, consolidación de la autonomía del Estado: he ahí los contornos del proyecto que se propone levantar un verdadero Estado nacional en el lugar ocupado por el Estado «parcial y representativo» de la restauración conservadora” (Torre, 1989, p. 533).
Para que el Estado tuviera un nuevo rol fue necesario autonomizarlo y así posibilitar la constitución de un interés emergente, propio del Estado, que se replicó en las estructuras internas que dejaron de estar controladas por los grupos de poder económico para guiarse por los objetivos y las decisiones fijados por la política. Esta autonomía fue la base para que desde el aparato estatal se afrontara una agenda pública mucho más amplia que resultó en mayores tecnologías organizativas, recursos humanos y financieros.
La configuración del Estado y sus intervenciones partió de un diagnóstico donde el liberalismo constituía un peligro ante la proliferación de un individualismo amoral, egoísta y contrario a la evolución del ser humano, pero estas, cuando concentran sus esfuerzos en engendrar lo colectivo, permiten forjar sociedades sanas y vigorosas, con sentido histórico. La comunidad organizada ocupó un lugar central como fundamento que pretendió atenuar el antagonismo entre capitalismo y socialismo, proponiendo armonizar los intereses individuales con los colectivos en el marco de un Estado que asegure los diferentes equilibrios. Para que ello fuera posible se necesitaba de un gobierno centralizado, Estado descentralizado y pueblo libremente organizado.
La prioridad de la vida en comunidad garantizada por el Estado era la contracara del liberalismo individualista, tal como lo concebían las élites burguesas, que poseía un optimismo ilimitado del progreso bajo los lineamientos positivistas, donde la relación contractual se deba a través de la sociedad y no la comunidad. La gran guerra de 1914-1918 transformó políticamente al mundo mostrando la caducidad y la inviabilidad de las premisas y teorías liberales.
Las nuevas obligaciones positivas del Estado desde el nacionalismo popular de la década del 40 ya no se centrarán en el individuo universal de la revolución francesa sino en el ciudadano social de la República Argentina.
es que el hombre desde sus orígenes, pero en especial el hombre del siglo XX, no es un ente abstracto como yo señale, sino que, es tal en función de la familia a la que pertenece, de la empresa para la que trabaja, del gremio al que adhiere y del municipio del cual es vecino y a la vez contribuyente. (Pellet Lastra, 1979, p. 117)
De acuerdo con el horizonte propuesto bajo el concepto de comunidad organizada, el Estado tenía como fin que cada miembro pueda llegar a su realización individual en el marco de prosperidad, bienestar y elevación cultural de la comunidad y en dirección de las coordenadas del bien común. Así, las individualidades se encontraban subordinadas al Estado en pos de una destinación colectiva.
Siguiendo algunas reflexiones de Arturo Sampay, el Estado tenía como objetivo quebrar la dispersión de la multitud, interrumpiendo sus aspectos disociativos y entramando lo individual en el plano referencial de lo comunitario. Desde esta perspectiva, la comunidad no solo debía superar sus necesidades individuales, sino que encontrar su finalidad del buen vivir en el camino hacia una comunidad que halla su fundamentación en la felicidad común. Dentro de esta cosmovisión, el Estado poseía como finalidad y rasgo distintivo constituirse como la organización por excelencia destinada a la realización del pueblo, garantizando, a su vez, el acceso de sus miembros al bien común.
En síntesis, desde el Estado se consagró una visión de la sociedad con la familia como núcleo básico, apartándose, según sus mismos propulsores, del individualismo liberal, afianzando los principios de unidad básica de la sociedad y pilar del desarrollo de la nación. Esta definición constituía un giro de 180 grados en lo que se refiere a la atención de las contingencias de la vida, que dejaban de ser una responsabilidad individual para transformarse en una obligación de la sociedad en su conjunto.
Lejos de ser novedoso, el libertarismo de hoy en nuestro país es heredero del bagaje de ideas y teorías que nacieron en los 50 en Europa y que florecieron en las décadas posteriores en diferentes latitudes, bendecido sobre todo por la escuela de Austria en lo económico y el spencerianismo en lo social (darwinismo social).
La escuela de Austria, con sus etapas y procesos, fue el origen de lo que luego se conoció como neoliberalismo o liberalismo de mercado bien entrado el siglo XX. Como fenómeno económico distinto del liberalismo clásico comenzó luego de la segunda guerra mundial y se popularizó durante la década del 60. Ya a partir de los 70 sus teorías comenzaron a implementarse en diferentes países.
En lo que nos interesa destacar a los fines del objeto de este artículo es que este liberalismo de mercado fue una reacción teórica y política vehemente contra el Estado intervencionista y de bienestar. Uno de los textos más conocidos fue “Camino de Servidumbre”, de Friedrich von Hayek, donde hay un ataque contra cualquier limitación de los mecanismos del mercado por parte del Estado. Cualquier medida que limitara la libertad individual, afectara la competencia y el pleno desenvolvimiento del libre mercado debía ser suprimida.
Toda la sociología de Spencer se funda en el progreso constante de la sociedad desde lo uniforme a lo multiforme, o, más bien, “desde una homogeneidad incoherente a una heterogeneidad coherente” (Sampere, 1883, p. 97). Esto quiere decir que había cierta organicidad en sus postulados, pero siempre lo que ocupaba el lugar central y determinante eran las unidades individuales. Para algunos autores Spencer era definitivamente un individualista radical.
Uno de los puntos centrales para el autor pasa por, en las luchas sociales que se dan por la supervivencia, la defensa irrestricta de la no intervención estatal en estos asuntos. Tal es así que directamente dedicó exclusivamente un libro a atacar al Estado (“El hombre contra el Estado”), allí defiende la reducción del poder estatal sobre el individuo a un mínimo absoluto como única vía para el ascenso del poder social. Consideraba un completo absurdo que el Estado mejorara la vida a quienes, la naturaleza, había dejado en el camino. En este contexto, el Estado debe sólo asistir al enfrentamiento de la lucha por la existencia sin intervenir en la distribución de beneficios o de males que esta trae consigo. Con respectos a esto se hace necesario aclarar que no estaba en contra de la ayuda individual de los que sufren, siempre cuando esta fuera en forma de caridad y nunca organizada (por el Estado) ya que si así se hiciera, terminaría por ser un obstáculo para la selección del más apto.
¿Quién organiza y cómo se ordena la convivencia en este tipo de sociedades? El mercado aparece como el sistema de organización, omnisciente y perfecto donde todas las fuerzas sociales encuentran su equilibrio. Es por ello que debe ser librado de toda traba, teniendo que funcionar con total libertad.
El orden basado en la libertad que desea imponer el liberalismo de mercado circula a partir del dejar hacer y dejar pasar. Esa libertad, sin regulaciones ni condicionamientos, es la que permite la real competencia y con esta el incesante mejoramiento de la vida de las personas. Si bien es cierto que la mayoría de las veces las referencias apuntan a la libertad con fines económicos, esta termina afectando otros órdenes de la vida. Así, sólo en la libertad absoluta, en el marco de la competencia de mercado, de la eficiencia y de la productividad, es posible la evolución social y el bienestar general. El mercado es resultado de la evolución y, a la vez, impulsa el proceso evolutivo hacia nuevas etapas en el desarrollo de la humanidad.
Ahora bien, esta libertad solo cobra valor para quienes están en condiciones de competir y luchar por los bienes y recursos de poder puestos a disposición, quedando una cantidad importante fuera por no disponer de las oportunidades que se necesitan para competir, estos pasan a formar las filas de los perdedores, que deberán arreglárselas por sí mismos.
Lo único que hace la alternativa del corrimiento absoluto del Estado de los diferentes lugares de regulación de las relaciones entre los particulares, es dejar que en dichos lugares se imponga el interés privado. Para Nimio de Anquín la libertad llevada al extremo lleva inevitablemente al colapso social
la libertad como mito lleva fatalmente al anarquismo o al solipsismo político; es el desorden, pues si la libertad de cada uno debe ser absoluta, no sería posible el Estado, que es uno o no es (…) en el orden político es un instrumento para realizar el bien común. La libertad que no es instrumento para algo, es monstruo mitológico.
Tenemos entonces dos polos totalmente opuestos en cuanto uno implica una idea clara de orden a partir de la idea de comunidad, siendo heredera de las propuestas de Platón y Aristóteles en la antigüedad, del tomismo en el medioevo y del contractualismo en la modernidad, y por el otro las ideas del des-orden que el libertarismo expresa a través del radical proceso de desestatización y privatización de las relaciones sociales.
Por ello es indispensable dar el debate acerca de cuáles son las posibilidades y bajo qué tipo de intervenciones es posible alcanzar, como también la señala el Profesor Marcelo Gullo[1], el nuevo umbral de poder del Estado. Esa construcción nos lleva a determinar cuáles son los recursos de poder necesarios para superar la situación de subordinación en lo internacional y de injusticia social y crisis económica a nivel local. En este sentido es el pensamiento nacional el único lugar capaz de dar ese debate y de construir las herramientas necesarias para la elaboración de una autonomía plena para así encontrar, nosotros mismos, las soluciones a nuestros problemas y nuestro destino como país.
La concepción de la comunidad como organización natural debe ser la matriz referencial y diferencial desde donde debemos partir y esa construcción es una tarea fundamental del Estado al que debemos dotar de contenido para la consecución de tal fin, con instrumentos, herramientas e intervenciones contextualizadas en el siglo XXI.
1. El profesor Marcelo Gullo sostiene los fundamentos en su libro “La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones”. Ed. Biblos, Buenos Aires, 2008.
* Patricio Pavón es Licenciado en Ciencia Política y Gobierno (UNLa) y Especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano (UNLa).
Bibliografía
Anquín N. (1972). “Escritos políticos”. Instituto Leopoldo Lugones, Santa Fe.
Berrotarán, Patricia (2003). Del plan a la planificación. El Estado durante la época peronista. Imago Mundi, Buenos Aires.
Campione, Daniel (1997). Del intervencionismo conservador al intervencionismo populista. Los cambios en el aparato del estado: 1943-1946. En: Taller, nº 4 (Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas), Buenos Aires.
Grassi, E. (2004). Política y cultura en la sociedad neoliberal. Buenos Aires: Espacio.
Gullo, Marcelo (2008). La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones. Ed. Biblos, Buenos Aires.
Sanpere y Miquel, S. (1883) “Prólogo al libro de SPENCER, H.: El universo social. Sociología general y descriptiva, trad. Salvador Sanpere y Miquel, t. I., Barcelona, Barris y Compañía Editores.
Imagen de portada: “Usina”, 1914. Óleo sobre tela, 82 x 106 cm, en Museo de Artes Plásticas “Eduardo Sívori”.