Investigación en movimiento

Ciencia e investigación de la UNLa

Juan José Hernández Arregui la construcción de la conciencia y el ser nacional iberoamericano

“No puede desglosarse la obra poética de un escritor de su posición de clase, de su experiencia vital y de sus ligaduras con la época. No hay obra pura, cercenada de la vida del autor. Antes bien, la obra de un hombre es el enhebro visible de su existencia íntima y real”  J.J.Hernández Arregui.

Biografía

El pensador nacional Juan José Hernández Arregui nació el 29 de septiembre de 1912, en Pergamino, y murió en Mar del Plata, en 1974, luego de haber escapado de un sinfín de muertes compañeras por el accionar de la Triple A durante los años previos a la última dictadura cívico militar en Argentina. 

Durante su infancia fue abandonado por su padre, y aquella tristeza acompañó a Juan José de por vida. Para alivianar la situación económica familiar, que recaía completa sobre su madre, trabajó en la Oficina de Rentas de Avellaneda. Aquel fue su primer trabajo. 

En sus años de juventud se afilió al radicalismo. También comenzó a estudiar derecho en la Universidad de Buenos Aires pero desistió de la carrera en el segundo año. Su militancia en el yrigoyenismo le proveyó la formación nacional y popular junto con la lectura de los cuadernos de Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina. Hernández Arregui se formó fundamentalmente en el marxismo para posicionarse en la Izquierda Nacional.    

Cuando murió su madre, se fue a vivir a Villa María, Córdoba, con su tío. Allí comenzó a trabajar en la Biblioteca Bernardino Rivadavia lo que le permitió rodearse no solo de numerosos libros, sino también de estudiantes y profesores eruditos. En el año 1935, Juan José escribió su primer libro, Siete notas extrañas, el cual recibió críticas elogiosas en diarios y revistas importantes como La Nación, La Vanguardia, Noticias Gráficas. Tras aquella publicación, asumió como secretario de la Universidad Popular Víctor Mercante, conocida en la provincia por la especialización en ciencias de la educación. 

Alrededor de 1938, Juan José se mudó a la ciudad de Córdoba y comenzó a trabajar en el Boletín Oficial dentro de la gobernación. Allí conoció a Odilia Giraudo, maestra, con la que tuvieron un hijo. Odilia lo acompañó hasta el último día de su vida. 

En ese período, Juan José retomó sus estudios pero decidió inclinarse a la filosofía para sistematizar conocimientos que había incorporado a través de sus frondosas lecturas y estudios autodidactas. Este proceso no le resultó fácil ya que debió confrontar con la Universidad Nacional de Córdoba que respondía a los presidentes de facto del período, José Félix Uriburu y Agustín Pedro Justo. Tanto es así que algunos de sus trabajos fueron reprobados. 

Además ingresó como profesor en la Escuela Presidente Yrigoyen del Consejo Federal de la Educación de la provincia y como maestro de Orientación en Escuelas Nocturnas Vocacionales. También escribía artículos en periódicos como Nueva Generación, Debate, entre otros. 

En el año 1943, preparó las últimas materias y en 1944 alcanzó el título de Doctorado en Filosofía con la tesis Las bases sociológicas de la cultura griega. Obtuvo la más alta distinción: Premio Universidad, medalla de oro y diploma de honor.    

En ese período, también fue designado Secretario Administrativo del Partido Radical y escribió en el periódico del partido, Intransigencia. Unos años después del surgimiento del peronismo, en 1946, Arregui renunció al radicalismo para adherir al nuevo movimiento nacional y popular ocupando el cargo de Director de Estadísticas y Censos del gobierno de Domingo Mercante en la Provincia de Buenos Aires. Además, se presentó a un concurso abierto en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de La Plata con el objetivo de ser profesor adjunto. El jurado destacó y elogió su exposición, con lo cual Hernández Arregui pasó a ser ayudante de Introducción a la Historia. También asumió la titularidad de la cátedra de Historia del Arte del Colegio Nacional de La Plata e ingresó como profesor adscripto de Sociología en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.

El nacionalismo reaccionario, aquel que denigra a los sectores populares y oprime a los pueblos de las periferias, se hizo sentir en las aulas universitarias y en las oficinas de la administración pública: cuestionaban a Arregui por adherir a ideologías foráneas como el marxismo. Esto empujó a Juan José a un periodo de inestabilidad signado por las renuncias. En el año 1948, tuvo que dejar su cargo de Estadísticas y Censos aunque se reintegró de inmediato. También pasó a ocupar el cargo de asesor del Consejo de Política Económica en el Ministerio de Hacienda de la Provincia de Buenos Aires pero también tuvo que dimitir.

Como las acusaciones que giraron en torno a Perón, se desencadenó una etapa de difamación ideológica hacia Arregui. Ante tales hostigamientos, inútilmente, el pensador nacional trató de presentar documentación y pruebas para detener los ataques, pero la persecución continuó. Esta fase deviene en el golpe de Estado a Juan Domingo Perón en el año 1955, con Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu a la cabeza. Una de las medidas de este período fue la expulsión de los profesores universitarios peronistas. Arregui perdió todos sus cargos docentes y la familia apenas pudo sostenerse con los ingresos del cargo de maestra de Odilia. Además, se desataron medidas represivas y de censura, como el Decreto 4161 del 5 de marzo de 1956, que prohibía todo lo relacionado al peronismo. Arregui fue arrestado más de una vez. 

En ese contexto, octubre de 1957, Hernández Arregui escribió su primer libro sobre historia de las ideas y prácticas políticas en la Argentina. Imperialismo y cultura fue el primero de cinco libros que denunciaron la colonización cultural que ejercen intelectuales, sectores medios y oligarquías nativas en connivencia con el imperialismo inglés y norteamericano para negar la opresión colonial que ejercen en la región latinoamericana. 

En 1960, publicó su segundo libro, La formación de la conciencia nacional. Hernández Arregui dirá que se trató de una crítica a la izquierda argentina sin conciencia nacional y al nacionalismo de derecha con conciencia nacional pero sin amor al pueblo. 

En el año 1962, se instauró otro golpe de Estado comandado por José María Guido. Arregui sufrió más allanamientos en su casa. Los perseguidores estaban en la búsqueda del plan subversivo ideado y publicado en la obra de Arregui. Lo apresan y lo acusan de desarrollar actividades en el Partido Comunista, un partido que, paradójicamente, es criticado por el propio filósofo por negar la cuestión nacional y estar al servicio de los intereses extranjeros. 

Entre 1962 y 1963, Juan José terminó su tercer libro. ¿Qué es el ser nacional? estuvo centrado en la denuncia del coloniaje y la reivindicación de la liberación. En aquellas páginas, el autor también se encarga de definir el ser nacional como ese corpus teórico que va adquiriendo la comunidad por compartir un espacio geográfico, político y económico, por tener características en común como una misma lengua, una misma historia, las mismas creencias y tradiciones. Todos estos rasgos, alegaba Arregui, luego deberían orientarse en prácticas revolucionarias antiimperialistas y antioligárquicas en la unidad de Hispanoamérica. 

En 1969, avanza con Nacionalismo y liberación, su cuarto libro. En él, el pensador trabaja los ejes del ensamble entre nacionalismo y marxismo, la diferencia entre el nacionalismo reaccionario y el nacionalismo revolucionario, y la unidad latinoamericana frente a la voluntad disgregadora de los dominadores. 

Desde su exilio, Juan Domingo Perón felicitó a Juan José Hernández Arregui considerando que tanto La formación de la conciencia nacional como Nacionalismo y liberación son fuentes de inspiración para la juventud de América Latina. 

En el año 1971, Juan José comenzó a redactar Peronismo y socialismo sosteniendo que ambos conceptos son convergentes. Sindicatos y otros sectores le pidieron al pensador nacional que escriba con un lenguaje más apropiado para los sectores populares ya que sus anteriores obras estaban construidas con una retórica universitaria solo apta para los sectores medios y altos. 

La violencia política originada en el año 1955 contra el peronismo, sus personajes, ideas y simbologías, culmina en el año 1972 con una bomba en el domicilio de Juan José. Este grave incidente originó heridas graves a Odilia, su mujer, y a la empleada doméstica. 

En 1973, Juan José Hernández Arregui funda y dirige una revista con el mismo título de su último libro. Pero después del viraje y los cuestionamientos hacia el concepto y la realidad socialista, el autor y su gente modifican el nombre por el de “Peronismo y liberación”.  

En el período en el que la Triple A comenzó a operar, muchos de los compañeros de Arregui fueron asesinados. El nombre de Juan José apareció en un listado, razón por la cual sus amigos le sugirieron el exilio. Él y su familia deciden irse a Mar del Plata, donde murió de un infarto mientras tomaba café con su mujer. 

Imperialismo y cultura

“Cuando un pueblo se plantea críticamente el problema de su literatura nacional, puede asegurarse que ha tomado conciencia de su destino histórico”. J.J.Hernández Arregui, 2005

El primer libro de teoría y práctica política publicado por Hernández Arregui sobre las ideas mundiales y nacionales fue su libro titulado Imperialismo y Cultura. Allí expone el significado del concepto imperialismo que, consideraba, había hecho daño tanto a los países potencia como a los países periféricos. La lucha entre las potencias para dominar otras tierras y otras comunidades implicó también la muerte de millones de personas en el campo de lucha: diez millones en la Primera Guerra Mundial y cincuenta y cuatro millones en la Segunda Guerra Mundial (Hobsbawm: 1995, p. 57). 

“El imperialismo en su forma política de expansión de las potencias desarrolladas sobre las más débiles, incorporará a su órbita vastas superficies del planeta, mediante anexiones, protectorados y colonias. A fines del siglo XIX este expansionismo ha creado las bases de fricción entre las naciones con excedentes de capital que desembocará en la 1° Conflagración Mundial” (Arregui: 2005, p.36). De este modo, la destrucción de vidas humanas implicó la demolición de la espiritualidad en tanto la vida pasó a no tener valor alguno. Se derrumbaron sentimientos, pasiones, emociones ante semejantes atrocidades. 

En nuestra región y en Argentina en particular, Hernández Arregui sostiene que la irrupción invasora del imperialismo implicó la disolución de las culturas autóctonas y la colonización espiritual, a través de corrientes epistemológicas eurocéntricas y norteamericanocéntricas. Frente a lo que el autor consideraba atropellos políticos, económicos, sociales y culturales, nace en nuestro país la Generación del 900, que se revelaba contra la inteligencia oligárquica, política y cultural de Rivadavia, Mitre, Sarmiento, entre otros. Las ideas de los pensadores del 900 giran en torno al socialismo y a lo popular, es por ello que se apropian del Martín Fierro de José Hernández y la poesía gauchesca. La batalla ideológica también se da entre la polémica de Florida y Boedo. Es decir, entre una literatura de élite y una de contenido social, y entre la función del arte como herramienta de la aristocracia o el arte con una función social y revolucionaria. 

En el medio de las guerras interimperialistas, irrumpe la crisis económica más importante del siglo XX, conocida como el crack de 1929. Este derrumbe también impacta en nuestro país, el cual Juan José Hernández Arregui denuncia al acontecer el golpe de estado que imponen José Félix Uriburu y Agustín P. Justo a Hipólito Yrigoyen, el primer presidente elegido por voto popular. De este modo, se inicia la sujeción de nuestra economía al capital extranjero, con el Pacto Roca Runciman que significó que las exportaciones de carnes quedaran en manos del Reino Unido, el Banco Central controlado por capitales británicos, los transportes en manos extranjeras, etc. Arregui analiza el surgimiento de la literatura nacional de ese período considerándola central para la construcción del ser nacional —un tema que ocupará toda su obra—, para la toma de conciencia de un destino nacional y popular frente a los atropellos imperialistas. De esta corriente, destaca a Roberto Arlt, al tango de la mano de Homero Manzi, a Enrique Santos Discépolo, a la Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina y, en particular, a Raúl Scalabrini Ortiz. Todos denuncian la opresión colonial y sus consecuencias nefastas: la pobreza, la desocupación, las enfermedades sociales, los suicidios, etc.  

Arregui acuña el concepto de “círculos” vinculado a agrupaciones literarias unidas por determinados intereses. Se referirá a los círculos de la élite o de las oligarquías, los cuales tendrán sus medios de difusión de colonización cultural como la Revista Sur fundada en 1931 por Victoria Ocampo. “Toda clase superior —escribe A Von Martin— necesita un ‘séquito’ y toda clase propietaria necesita para hacer tangible su superioridad y para aumentar su prestigio, una ostentación de lujo; tiene que hacer valer ese prestigio y el mejor medio para ello es contar sobre todo con un séquito correspondiente. Tal misión fue cumplida por la Revista Sur. Ocampo recuperó la herencia de Ricardo Guiraldes —que a diferencia de José Hernández festeja el exterminio del gaucho por parte de la oligarquía— y los poetas nucleados en el grupo Florida” (p.114).

De acuerdo a la óptica de Arregui, Ocampo y todo el círculo literario de la Revista Sur es eurocéntrico ya que consideran que Europa es superior a todo lo que es autóctono. La directora de la revista denigra su habla hispana, la tilda de primitiva y salvaje, del mismo modo que Sarmiento en el Facundo. El Martín Fierro de José Hernández es considerada la obra antifacundista por excelencia según los parámetros de Fermín Chávez, la obra que más batalló contra el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento. Esta fórmula iluminista civilización y barbarie, al decir de Fermín Chávez, fue el marco teórico de los mayores genocidios cometidos en nuestras tierras en el siglo XIX en los que se enlistan los de la Guerra del Paraguay, las matanzas a las montoneras federales y las mal llamadas conquistas del desierto. El genocidio continuará en el siglo XX con las dictaduras militares a lo largo y ancho de América Latina.  

Para el caso de la literatura nacional, Arregui plantea que no puede haber solamente soportes literarios en un contexto donde la mayoría de los sectores populares es analfabeta. Al mismo tiempo, sostiene que es importante que los escritores pertenecientes a círculos nacionales y populares tengan conciencia del país y comprendan que el pueblo es el instrumento de la acción histórica, que eviten encerrarse en “un pesimismo frívolo y deprimente” (p.124). 

La Revista Sur también estuvo a cargo de Jorge Luis Borges, el escritor más representativo de los círculos oligárquicos. Se encargó de defenestrar la figura del gaucho enaltecida en el Martín Fierro de José Hernández. Borges considera que esa obra fue “inculta”, que su protagonista, el gaucho, “es un delincuente” (p. 135), y lo caracteriza como bárbaro e inferior. Además, acusa al texto de tener un verso infantil. Producto de su ideología, Borges analiza al gaucho como figura individual y se empeña en demostrar que esas son las características del alma nacional. Por el contrario, Hernández Arregui considera a Martín Fierro como parte de una clase social constitutiva del país y la región. En definitiva, lo que esta oposición demuestra es una verdadera lucha por la formación de las clases sociales en Argentina en el siglo XIX: el gaucho considerado como “proletariado rural” contra la oligarquía terrateniente en ascenso. El asesinato del caudillo Chacho Peñaloza cometido por Bartolomé Mitre constituye un ejemplo paradigmático de los crímenes que tuvieron lugar durante el gobierno mitrista. 

La imagen de América Latina colonizada será difundida por toda la intelligentzia. También por Ezequiel Martínez Estrada, considerado el primer sociólogo argentino —razón por la que Jorge Luis Borges recomendará sus libros. El ensayista santafesino dirá: “Es preferible para una Nación ser vencida y absorbida por otra, que conservar la soberanía de su atraso” (págs 169 y 170). Por eso, argumenta Arregui, es importante la conciencia nacional de los pueblos que depende de las clases sociales en pugna y de una política nacional o antinacional. 

De este modo, el 17 de octubre de 1945 irrumpe la conciencia histórica de los trabajadores para encarar una política nacional y social, que redundó a su vez en un florecimiento cultural y simbólico sin precedentes en el país. Sin embargo, diez años después los intereses foráneos de Inglaterra y de las oligarquías nativas provocan el golpe de Estado de 1955 y, tanto los políticos de facto como la Revista Sur y los intelectuales liberales, vuelven a servir a la corona inglesa. Tanto es así que Borges es nombrado Director de la Biblioteca Nacional, hecho que Hernández Arregui analiza. Sostiene que la corona inglesa “no sólo se interesa por las carnes sino por la cultura”, a tal punto que “proponen la transmisión de programas de la emisora británica” (p. 178). Mientras la intelligentzia propagaba el liberalismo a través de sus múltiples mecanismos de difusión, los canillitas que voceaban diarios opuestos al gobierno eran encarcelados y los órganos de expresión clausurados. Arregui encuentra fundamental que el eje central de la lucha por la liberación sea nacionalizar la inteligencia argentina. 

En su crítica a los intelectuales, similar a la caracterización de “medio pelo” que Arturo Jauretche hace de las clases medias, Hernández Arregui hace una semejante: “convencida de su independencia, justamente porque carece de ella, se cree depositaria de valores universales, sin comprender que detrás de ellos están los intereses particulares de la burguesía” (p. 213). El ejemplo que da es el de Ernesto Sábato que, al igual que muchos otros intelectuales, describió la revolución peronista de demagógica. Sin embargo, dice Arregui, se trató de una revolución porque fue una política de masas organizada a escala nacional (p. 234) con ideas económicas, políticas y sociales a favor de los trabajadores. 

Arregui culmina Imperialismo y cultura proponiendo la unidad de América Latina para lograr una súper potencia e impedir los atropellos del Imperialismo inglés, francés y norteamericano. 

Hay una idea central de Arregui que es sostenida por todas y todos los pensadores nacionales latinoamericanos que es la cita que se eligió para desarrollar esta obra: “Cuando un pueblo se plantea críticamente el problema de su literatura nacional, puede asegurarse que ha tomado conciencia de su destino histórico” (p.139). O como señala Alcira Argumedo, en Los silencios y las voces de América Latina, a José Martí: “en mi pueblo nosotros siempre hemos dicho que los poetas ven la verdad antes que nadie” (págs. 48 y 49). También Fermín Chávez, en Epistemología de la Periferia, señala las obras literarias que rescataron las luchas populares frente a los atropellos reales y culturales como El Facundo de Sarmiento o El Matadero de Esteban Echeverria, El Martín Fierro de José Hernández o la poesía de los cielitos del Río de la Plata. De este modo, el Pensamiento Nacional Latinoamericano sostiene que los artistas ven la realidad antes que los cientistas sociales porque se sumergen en ella, conviven con quienes la construyen a diferencia de aquellos que la analizan con un molde encerrados en bibliotecas o laboratorios lejos de la misma. Por eso es tan importante la literatura o el arte nacional para encontrar el camino de la liberación nacional. 

La formación de la conciencia nacional 

“(…) un conjunto de causas externas –la descomposición del imperialismo- e internas –el levantamiento de los pueblos coloniales, entre los cuales se encuentra la Argentina- nutre la conciencia histórica de las naciones oprimidas, y en especial, de sus masas trabajadoras” 

“La cuestión maldita´ es, pues, la clase obrera y no Perón”

J.J. Hernández Arregui, 2011

El segundo libro sobre teoría y praxis de Hernández Arregui consistió en desentrañar y desnudar la mentalidad colonial. Para eso realizó un profundo análisis de la formación de las clases sociales en nuestro país, así como el surgimiento de las ideas políticas conservadoras, liberales, socialistas y comunistas al servicio del Imperialismo. Su objetivo fue dar cuenta de los orígenes y el desarrollo de una conciencia defensiva, nacional y popular que nace en el siglo XIX con las montoneras federales, se consolida con la formación de la Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina, cuyas ideas se hacen carne con la clase obrera peronista.

El libro comienza con un análisis acerca de la consolidación de la oligarquía en nuestro país, específicamente con Bernardino Rivadavia y la llegada de la inmigración europea a nuestro país. “Antes de 1955, la palabra oligarquía estaba desacreditada. Era un invento demagógico de Perón. Pero la oligarquía existe. Ha ensangrentado el país y está dispuesta a ensangrentarlo nuevamente” (p. 47). 

Así empieza Arregui la historia de la formación de la conciencia nacional: con el surgimiento de la oligarquía, una clase social conformada por una burguesía comercial con espíritu colonial a diferencia de la burguesía europea con cierta conciencia nacional fusionada, además, con sectores sociales terratenientes al servicio del poderío europeo. Quien le da poder a esta clase social es Bernardino Rivadavia que asume la presidencia en 1821, y en 1824 contrae el empréstito Baring Brother. Esta medida implicará endeudar al país y confiscar todas las tierras públicas pertenecientes a los pueblos originarios y a los gauchos para que pasen a manos del Estado a través de la ley de enfiteusis. Al mismo tiempo, esas tierras ahora en manos del Estado serán entregadas a determinadas familias poderosas, muchas de ellas inglesas e insertas en el propio aparato estatal. Al decir de Norberto Galasso, este se convierte en el “primer gran hecho de corrupción de nuestro país” (p. 236). Según Arregui, se produce la entrega de nuestra soberanía. 

Esta oligarquía no será poderosa solo en términos materiales por la posesión de la tierra sino que también logrará una conciencia y espiritualidad liberal basada en el odio a los sectores populares. Por eso Arregui denuncia y destaca la función colonial de la universidad en tiempos de Rivadavia y la importancia de transformarla a favor de una historia nacional y popular que reivindique al pueblo y a quienes le otorgaron derechos. Entre muchos, Mariano Moreno fue ocultado, negado y tergiversado por la historia oficial liberal de Bartolomé Mitre.  

Paradójicamente, la oligarquía necesitará de los brazos de europeos para trabajar la tierra. Los oriundos del primer mundo eran vistos con cierto halo de superioridad por la oligarquía frente a los indios y los gauchos, quienes eran los legítimos propietarios. La inmigración traía ideas socialistas y comunistas de Europa, y sentía una desconexión total con Argentina, su país de adopción; por lo tanto, al igual que la oligarquía, profesaban ideas antinacionales en menosprecio de lo nativo y en admiración de todo lo europeo. La oligarquía y los supuestos representantes de la clase obrera argentina, como los Partidos Socialistas y Comunistas, profesaban el positivismo, el liberalismo y el iluminismo a pesar de sus diferencias de clase, y despreciaban el proteccionismo que implicaba salvaguardar los intereses de la Nación argentina y por lo tanto, de los sectores populares. 

Las burguesías europeas eran proteccionistas y cuidaban sus intereses capitalistas. Pero en Argentina, fue tal la coalición entre la oligarquía, el socialismo y el comunismo que acordaron festejar y vindicar los golpes de Estado a Hipólito Yrigoyen en 1930 y a Juan Domingo Perón en 1955. Por otro lado, a la política nacional soberana —con nacionalizaciones de recursos y servicios— y a la política social —que daba derechos a la clase obrera— las tildaron de totalitarias, fascistas, demagógicas, porque atentaban contra sus privilegios e intereses. 

Arregui, además de trabajar las ideas de la izquierda en La formación de la conciencia nacional, también analiza el nacionalismo de derecha que, al igual que las izquierdas, es antipopular. Ambas corrientes de pensamiento expresan y ejercen violencia contra los sectores populares y contra sus representantes como Juan Manuel de Rosas, Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón. El autor así lo confirma: “El nacionalismo aristocrático es un nacionalismo sin pueblo. O mejor, sin amor al pueblo” (p. 196). 

Pero hay otro nacionalismo, el del revisionismo histórico, que reivindica a Juan Manuel de Rosas como el padre de la soberanía nacional. Si bien Arregui es crítico de Rosas, porque sus políticas favorecieron a Buenos Aires y no al interior del territorio, no niega que su política frente al bloqueo anglo-francés fue una contribución fundamental para la formación de la conciencia nacional.

Sin embargo, el verdadero momento en que esto acontece es con el gobierno de Hipólito Yrigoyen: el primer movimiento nacional y popular que gobernó el país e impulsó políticas de nacionalización de los recursos y políticas sociales a favor de la clase obrera. Razones por las cuales, Uriburu y la oligarquía le hacen un golpe de estado: “Al caer Yrigoyen el 6 de septiembre de 1930 bajo el triple signo de la depresión mundial de 1929, la ofensiva petrolera yanqui y el retorno político de la oligarquía ganadera al poder, se inicia el desgraciado período del retroceso de la Argentina como Nación” (p. 218).     

Este período, conocido como la Década Infame, se caracterizó por la pobreza, la miseria, la desocupación, las enfermedades sociales, los suicidios sociales. Todas estas problemáticas fueron denunciadas por los pensadores nacionales. Así, en 1935, nace la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina con figuras como Arturo Jauretche, Manuel Ortiz Pereyra, Gabriel del Mazo, Juan B. Fleitas, Homero Manzi, Gutiérrez Diez, para denunciar la situación en la que se vivía. El objetivo era sistematizar un pensamiento relacionado a las luchas populares argentinas e hispanoamericanas, y a la liberación nacional, y por lo tanto antiimperialista. Su declaración inaugural fue: “Al pueblo de la República: somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre” (p.231).  

Las propuestas de FORJA en torno a las nacionalizaciones, a las políticas sociales a favor de los sectores populares, al proyecto de industrialización y la política antiimperialista comienzan a materializarse cuando Juan Domingo Perón asume, en 1943, como Secretario de Trabajo y Previsión y terminan de llevarse a cabo cuando asume la presidencia siendo el segundo movimiento nacional y popular que llega al poder en nuestro país durante el siglo XX.

Pero la oligarquía no iba a permitir el ascenso al poder de las masas trabajadoras porque implicaba la pérdida de sus privilegios. En connivencia con intereses británicos y norteamericanos, interesados en el petróleo y otros recursos naturales de nuestro país, forman parte del golpe de estado de 1955 que derroca al gobierno de Juan Domingo Perón. No lo hicieron solos, sino también con el consenso de una clase media formada ideológicamente con una orientación oligárquica eurocéntrica.  

Por eso, para alcanzar la conciencia histórica y la liberación nacional, Arregui insiste en que es necesaria la unidad del movimiento obrero: “La emancipación de la Argentina depende del nucleamiento de todos los sectores antiimperialistas alrededor de un programa nacional instrumentado alrededor del Ejército y de la clase obrera, las dos fuerzas decisivas de la liberación de un país semicolonial” (p. 349).    

La formación de la conciencia nacional culmina con el siguiente párrafo: “El dilema es de hierro. Ya se ha dicho. O nación o factoría. Ese encuentro del pueblo y del Ejército advendrá. Ante la conciencia histórica de los argentinos se levanta el mandato de nuestras glorias nacionales enlutadas por voluntad de la antipatria. Y es la conciencia nacional de los argentinos, fruto de un acaecer histórico, doloroso pero no gratuito, la que les anuncia a las naciones opresoras de la tierra invirtiendo el temor de Darío –poeta inmortal de nuestra América– que los hispanoamericanos no hablaremos inglés”.      

¿Qué es el ser nacional? La Conciencia Histórica Iberoamericana

“(…) mis libros no son de investigación sino de lucha”

“(…) Iberoamérica reúne las condiciones de una nación integral” 

J.J. Hernández Arregui, 1972

En su tercer libro, Arregui presenta el concepto del Ser Nacional. En sus propios términos,  inscribe lo Nacional como Latinoamericano, como Hispanoamericano o Iberoamericano. Analiza, a su vez, los orígenes de ese Ser Nacional, sus retrocesos en el siglo XIX, sus avances en el siglo XX y las condiciones para que ese conjunto teórico alrededor de aquel sujeto ideal se pueda realizar en la práctica. Para Arregui, la ejecución de sus ideas se reflejan en la liberación de los pueblos del continente.  

El Ser Nacional es la patria, es el pueblo, dice Arregui. “Es el proceso de la interacción humana, surgido de un suelo y de un devenir histórico, con sus creaciones espirituales propias –lingüísticas, técnicas, jurídicas, religiosas, artísticas– o sea, el ser nacional viene a decir cultura nacional” (págs 16, 17 y 18). 

El Ser Nacional es el conjunto de América Hispánica y América Ibérica porque hay un lazo común desde sus comienzos: la historia de los pueblos originarios, la conquista por parte de España, luego por parte de Inglaterra y, finalmente, por Estados Unidos. La opresión de los tres Imperios sobre la Patria Grande es la cuestión colonial que define la conciencia histórica o el Ser Nacional para la liberación. 

Al describir los orígenes del Ser Nacional, Arregui sostiene que “el nacimiento de la nacionalidad no puede segregarse del período hispánico” (p. 27). La historia liberal impuesta por el Imperio británico negó a los pueblos originarios y a España, e instaló la idea de que la patria nació en 1810 con la Revolución de Mayo, bajo la presunción de que nos liberamos del Imperio español para ser finalmente libres. Sin embargo, lo que denuncia Arregui y todo el pensamiento nacional es que había historia antes de 1810, incluso antes de 1492 cuando Colón conquista América. Pero, y sobre todo, lo que ponen al descubierto es que esas independencias de principios de siglo XIX en América Latina son formales en el plano político, ya que Inglaterra nos colonizó en el plano económico y en el cultural. De este modo, los ingleses crearon la Leyenda Negra en menosprecio y detrimento de España.

En compensación, Arregui habla de Hispanoamérica. Agrega que fue el Imperio británico el que produjo la fractura de América Latina a pesar de que no era lo pretendido por nuestros libertadores —San Martín, Bolívar, Monteagudo, Moreno, Artigas—, que querían la independencia de toda la patria americana.  

En el prólogo, Arregui sostiene: “tuve la intención de olvidar un poco a mi país y hacer un libro iberoamericano” (p. 9). En ese sentido, al describir los orígenes del Ser Nacional, el autor no se va a referir específicamente al empréstito Baring Brother, contraído por Rivadavia en el Río de la Plata, sino a varios de ellos tomados en todo el continente: “Desde 1822 a 1826, diez empréstitos han sido hechos por Inglaterra en nombre de las colonias españolas (…). Esta situación, que aseguró el poder económico satélite de las clases pudientes criollas a costa de sus países, prepara el levantamiento de las masas del antiguo virreinato alrededor de los caudillos de México, Colombia, Venezuela, Argentina. Mediante estas maniobras, América Hispánica fue encordelada al mercado mundial. Las guerras civiles se generalizaron en todas partes y las constituciones liberales de las clases altas fueron rechazadas con las lanzas de las masas alzadas” (p. 91). Uno de los libros más importantes de otro pensador nacional, Jorge Abelardo Ramos, titulado Las masas y las lanzas, se ciñe precisamente sobre este período que describe Arregui. 

En el origen del Ser Nacional están los pueblos originarios que Arregui los menciona como civilizaciones importantes. También menciona a España fusionada con la población originaria y las Independencias. Si bien las luchas de emancipación política de nuestra región se vieron influidas por las banderas de la Revolución Francesa —como las de la igualdad, la libertad y la fraternidad—, Arregui diferencia brillantemente el liberalismo promulgado y llevado a cabo en Europa del liberalismo de los países que pasan a ser semicoloniales como los nuestros: “El liberalismo que fue en sus etapas primeras una filosofía progresista presentada como ética pródiga del capitalismo, nace con el desarrollo de la revolución industrial y, posteriormente, en Europa degenera en filosofía reaccionaria al acumularse los efectos políticos que la expoliación capitalista genera. En América, en cambio, el liberalismo posterior a 1853 ingresa con la disolución de las industrias en desarrollo del período hispánico, y en tanto ideología desconectada de un piso histórico propio, al acoplarse a estructuras económicas de tipo agrario, no podía acabar en otra cosa que en un liberalismo de parodia, en una filosofía contrahecha. En nombre de la civilización europea, se inició en América la era del despotismo bárbaro sobre las masas a las que se sometió o exterminó con las armas de fuego de los ejércitos modernos. Las constituciones liberales legalizaron jurídicamente el traspaso del poder económico a las clases heredadas del sistema virreinal, metamorfoseado ahora en un apéndice colonial opíparo de Europa. Con diferencia de detalles, las luchas argentinas entre unitarios –las clases ligadas a la exportación portuaria— y federales –las poblaciones empobrecidas del interior— se reeditaron en la mayoría de los países emancipados: Bolivia, Colombia, Venezuela, México, América Central” (págs 92 y 93). 

En esta compulsa interna, se imponen los unitarios. “Las ciudades portuarias apuntalaron su poderío, suprimieron las aduanas interiores, que protegían las industrias locales, y abrieron al comercio libre el camino para la concentración de la riqueza en las ciudades y regiones abiertas al mar. El aniquilamiento de los caudillos y sus gauchos debe interpretarse no como el desarrollo del capitalismo nacional, sino como el desbordamiento del capitalismo internacional, adversario de todo progreso industrial independiente en las antiguas colonias españolas” (p. 93).

Arregui, como marxista, sostiene que en el siglo XIX la lucha de clases en América Latina se dio pero con una variante. Mientras que en Europa la lucha fue entre burguesía y proletariado, en América Latina se dio entre “oligarquías de la tierra contra las masas rurales de origen indígena y gaucho. De este modo, la economía que era nacional por su base geográfica, pasó a ser colonia, es decir, europea” (p. 94). Esta es la gran diferencia que las corrientes eurocéntricas negaron: la cuestión nacional/colonial en los continentes oprimidos por las potencias europeas. Por eso, en América Latina no solo hay que analizar la lucha de clases sino también la lucha por la emancipación nacional. Mientras las potencias no sufren esa opresión por parte de ningún otro país, América Latina, África y Asia sí la padecen. En consecuencia, terminan operando en función de aquellos intereses. 

Como en sus otras obras, Arregui, al igual que todo el pensamiento nacional latinoamericano, reivindica al gaucho. Al contrario de la historiografía oficial de Sarmiento y su fórmula iluminista de civilización y barbarie —de odio a lo popular incluyendo a los indios, a los gauchos, a sus representantes—, del desprecio a su país sosteniendo que lo extranjero es superior. Arregui, en cambio, sostiene: “Se ha pretendido que el gaucho carecía de patria. Pero él hizo la patria con los ejércitos que liberaron a América y con su sangre amojonó las fronteras del país” (p. 95).              

Arregui señala el retroceso del Ser Nacional en el siglo XIX con la Doctrina Monroe de 1823, una doctrina que con la excusa de “liberar” a América de Europa sostiene que América es para los americanos. Esta, en realidad, encubre otra colonización al interior del continente latinoamericano: América Latina es para los Estados Unidos. Así, empieza la apropiación del territorio mexicano —con la anexión de Texas—, la enmienda Platt en Cuba,, las agresiones a Panamá, Cuba, Haití, Nicaragua, el Caribe. Sostiene Arregui: “Tiene carácter simbólico que la agresión a Panamá se ejecutase en la tierra elegida por Bolívar para debatir la idea de una gran federación de las repúblicas hermanas separadas de España” (p. 117). 

A medida que avanza el siglo XX, la intervención estadounidense es cada vez mayor. “En 1909 Estados Unidos controlaba el 75% del comercio exterior de México. Ya habían sido anexadas en 1845, Nueva México, Texas y California. El presidente Hayes expresó el interés de su país por el Canal de Panamá […]. América Central asiste entonces, bajo la diplomacia yanqui, a las corrientes separatistas de sus minúsculas repúblicas, pero la idea de la unión no se desvaneció nunca […], aunque las oligarquías agrarias neutralizan la voluntad de los pueblos centroamericanos expuesta por hombres como Martínez Rojas, quien proponía la federación internacional como único medio de escapar del dominio extranjero” (p. 118). La misma suerte la sufre América del Sur cuando, en 1888, el General Grant ejecuta el plan de penetración económica en la cuenca amazónica. El argumento era la libre navegación, bajo la promesa: “sea como sea, hemos de tener café, azúcar y caucho” (p. 120). La enmienda Platt en Cuba implica que sea ocupada por Estados Unidos, le impone a Cuba la obligación de vender las tierras para bases militares y navales.

Este retroceso del Ser Nacional por la colonización estadunidense viene acompañada en las constituciones latinoamericanas, que fueron “copiadas del modelo norteamericano, fracasaron por carecer de bases reales en la economía de estos países, que pasaron a ser las despensas de Estados Unidos y Europa” (p. 125). Estas políticas jugaron a favor de los intereses del Imperio.

Entonces Arregui define al Ser Nacional como la mezcla entre las culturas originarias, la española y la afro. Destaca a las civilizaciones originarias por su astronomía, su ingeniería, su medicina. Afirma que el calendario solar era más exacto que el gregoriano. Destaca al pueblo paraguayo y la revolución de Solano López a mediados del siglo XIX, cuando todos allí sabían leer y escribir. Pone en relieve el mestizaje de nuestra cultura latinoamericana para resaltar que no existe ni el concepto de raza, ni el de razas puras, superiores o inferiores. Esta idea, sostiene, fue “un arma ideológica que sirvió al reparto imperialista del mundo. Con este pretexto se justificaron reivindicaciones nacionales, en aquellos pueblos, como Alemania, postergado del saqueo colonial. En Hispanoamérica, las clases altas, que son las que han abrazado las tesis de la inferioridad del indio, en no pocos de sus países, son mestizas. Este sentimiento antiindigenista, de una superioridad racial, es de origen económico, convertido en valoración política de clase, a fin de justificar la explotación social de las masas. Las llamadas razas inferiores, lo son por la escala que ocupan en la escala social” (págs. 182 y 183). Encubiertas la negación del racismo y los conflictos raciales, las luchas de clase persisten al día de hoy en América Latina.

El pensador nacional que nos convoca vuelve a plantear lo ya expuesto en Imperialismo y cultura. Asegura que el destino histórico de los pueblos puede leerse entero en las páginas del Martín Fierro de José Hernández. Allí se narra la historia de un pueblo perseguido y despojado de la tierra durante el siglo XIX por la clase terrateniente de Buenos Aires, cuando es la tierra la que precisamente determina el apego de los grupos que lo habitan. “Podrá ser estrecho, pobre, raquítico el concepto de patria que tenga el aldeano que nunca ha visto más allá del horizonte de su aldea, pero es sin duda el concepto profundamente histórico, no un suceso más o menos durable. En él se conservan las raíces vivas y concretas del patriotismo. Es históricamente más hechos este sentimiento que arranca de la primitiva comunidad agraria que la patriotería del gran propietario de tierras, que las explota con administrador, que acaso no las ha visto nunca y que es incapaz de distinguir la cebada del centeno” (p. 199).     

En “Fundamentos reales del Ser Nacional”, el último capítulo de ¿Qué es el ser nacional?, Arregui vuelve a manifestar la opresión por parte de los Imperios pero esta vez desentraña cuáles son los intereses de los mismos: nada más ni nada menos que nuestros recursos naturales. Para tal fin, hace un análisis exhaustivo de la penetración imperialista y una descripción de cada uno de los recursos naturales propios de Latinoamérica. Recorre los países de la región desde una mirada Hispanoamericana o Iberoamericana, sin olvidar que Brasil es central en su pensamiento para la unidad continental: 

“La división de Latinoamérica en países productores de materias primas, ha generado la creencia de que la estabilidad de tales países depende de sus exportaciones de ultramar. La verdad es otra. Este tipo de exportaciones frenan en un doble sentido a tales países y a la América Latina en su conjunto: 

1°) Al estancar el crecimiento del mercado interno

2°) Al desviar la producción, no hacia el mercado potencial latinoamericano, sino hacia el exterior, con su consecuencia, el subconsumo y la miseria social de las masas […]” (págs 233 y 234). 

Arregui sostiene que las Antillas “son los bastiones militares, navales y económicos de Estados Unidos”. De Haití, argumenta que fue “intervenida en 1915 por Estados Unidos, produce café, algodón, melaza, caoba, azúcar, lo mismo que la República Dominicana. Santo Domingo cayó en 1916 bajo las tropas de infantería de Estados Unidos […]. Estas islas, por su providez y posición marítima de alto valor estratégico, serán de crucial magnitud para la comunidad de naciones latinoamericanas, y el imperialismo norteamericano, en los próximos años, jugará en esta zona su carta definitiva” (págs. 234 y 235). 

Hernández Arregui, argumenta que Centroamérica es, al mismo tiempo, la llave de la unión y la fragmentación: “Todo lleva a la federación centroamericana y antillana, suelo, clima, producción similar, igual historia y una misma opresión […]. Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Honduras, Panamá, poseen extraordinarias y variadas riquezas. El Salvador, tercera exportadora de café del mundo, productos vegetales, medicinales, ganado, algodón; Honduras, maderas, minería, etc. Costa Rica, plátano, cacao, maderas. El Salvador, minería, industrias textiles, aceite, algodón, arroz, lubricantes, productos químicos, azufre, etc. Guatemala abunda en minería. También Nicaragua y Costa Rica […]. El proyecto de una Unión Antillana de José de Diego, llevaba implícito el de la unidad nacional centroamericana que tarde o temprano se concretará” (págs. 235, 236 y 237). 

México también es destacado por el autor ya que el imperio estadounidense le quitó territorio y, al día de hoy, lo tiene acorralado consciente del peligro. La Revolución mexicana de 1910 y su reforma agraria fue una amenaza para el resto del continente: “En no escasa medida, el compaginamiento de la América Latina en una confederación, depende de la agrupación de la América Central con México […] México es el solo país de América Latina donde la emancipación contó con la adhesión de las masas indígenas oprimidas efectivamente por el régimen colonial de España. Pero ha sido su desventurada experiencia histórica posterior frente al vecino del norte, sus sucesivas revoluciones nacionales ahogadas en sangre, las que llevan a México por una especie de destino manifiesto, a la liga con los países de América Central” (p. 237). Esta región que posee doble costa, y conecta el océano Pacífico con el Atlántico a través del Canal de Panamá, constituye un punto neurálgico y comercial del continente con el mundo. “México tiene una variedad de climas que lo hace emporio agrícola ganadero. Cultiva café, algodón y su riqueza minera, petróleo, hierro, carbón, plata, zinc, la destinan a un porvenir industrial de primer orden” (p. 238).  Pero estas riquezas, no están en manos de México, sino en manos de los yanquis, lo que obliga al país fronterizo a vivir como un país agrícola que ni siquiera ha alcanzado el total abastecimiento en materia alimentaria. “Las mutilaciones de su territorio han sido antecedidas por inversiones de capitales norteamericanos, y si México no ha sido anexada en su totalidad, la causa de esta coherencia nacional debe hallarse en la cultura hispanoamericana, que ha marcado la magna lucha antiimperialista de este pueblo. El latifundio carcome a México. En 1944, 70 millones de hectáreas pertenecían a 10.000 propietarios. La reforma agraria puso apenas a 24 millones en manos de 1.700.000 campesinos” (págs 238 y 239). No queda ninguna duda que el drama de la historia de México es su cercanía y vecindad con los Estados Unidos, razón por la cual la mexicana es una de las llaves de la lucha antiimperialista de América Latina. Al mismo tiempo, México cuenta con el poder de ejercer atracción e influencia sobre el resto de los países de Centroamérica, de una forma similar a la que lo hacen Argentina y Brasil sobre los países vecinos.

Arregui le dedica un apartado especial a Brasil: “Por sus saltos de agua, es dueño de uno de los potenciales hidroeléctricos principales del mundo, a lo cual deben sumarse sus yacimientos de petróleo […] A pesar de que sus inagotables riquezas, a las que deben agregarse las maderas de su selva, y toda clase de productos agrícolas, de sus piedras preciosas, están en buena parte controladas por monopolios extranjeros, su industria ha dado un gran salto y marcará el futuro brasileño. Debe importar para esa industria, productos químicos, maquinaria, petróleo, aceites, hierro […] Es tal vez el país más próximo a una revolución nacional anticolonialista de fondo, por los contrastes anómicos y superpuestos de la estructura colonial —rinde el 50% de la producción mundial del café— y la rápida y revolucionaria transformación industrial” (págs. 239, 240 y 241). 

Arregui también dedica una sección de su texto a los países del Pacífico, en los que señala que Colombia también posee madera y ríos, traducido en un potencial hidroeléctrico. Al mismo tiempo, escribe sobre Bolivia, que entre sus vastos recursos tiene minerales, especialmente estaño, todos materiales necesarios para una industria complementaria de proyección en la región.

Finalmente se ocupa de la Cuenca del Plata, Arregui constata que “[…] 60% del producto bruto nacional corresponde a la industria y que posee todas las riquezas agropecuarias y mineras, potencial energético y enormes reservas de petróleo controladas y reguladas por el duopolio angloyanqui internacional” (p. 245). Hernández Arregui sostiene que Uruguay se constituye como un estado tapón creado por Inglaterra cuyo objetivo es dificultar e impedir la conformación de una gran potencia en el sur del hemisferio. 

En La integración de América Latina de Puiggrós se plantea que América Latina es una y múltiple. En sintonía con el autor, Arregui sostiene que los países de la región son geográfica y económicamente diversos pero “son las condiciones generales del sistema colonial, las que decoloran las diferencias y relacionan en un mismo haz defensivo las luchas nacionales en toda  América Latina, al tiempo que aceleran el retorno de estas nacionalidades al regazo de la confraternidad de hijos sin hermanos” (p. 249). 

En síntesis, Arregui considera el Ser Nacional a la unidad de las naciones y los pueblos latinoamericanos porque tenemos elementos en común: el mismo territorio, el mismo idioma, una cultura, una historia, un devenir. Pero también tenemos problemas semejantes: pobreza, falta de desarrollo productivo, primarización de las economías, deuda externa, falta de acceso a servicios esenciales como el agua, el trabajo y la educación (Espasande, Dofour, D´Ambra, 2022) . Por todo esto, y para la emancipación nacional y popular, es necesaria la unidad continental.

Arregui sostiene que las “creencias y tradiciones […] comunes conservadas en la memoria del pueblo, y amuralladas, tales representaciones colectivas, en sus clases no ligadas al imperialismo, en una actitud de defensa ante embates internos y externos que, en tanto disposición revolucionaria de las masas oprimidas, se manifiesta como conciencia antiimperialista, como voluntad nacional de destino” (p. 22). En dichas representaciones colectivas, aparecen en los pueblos latinoamericanos sus luchas por la emancipación del siglo XIX pero también las del siglo XX.

Al señalar los problemas que América Latina padece, el autor sostiene que: “Un país dominante puede regular a voluntad el desarrollo del país dominado, imponer tratados de comercio, estrangular la producción en un sentido y estimularla en otro de acuerdo a su propio interés, fijar precios a la importación y exportación según conveniencias de los oligopolios mundiales, e impedir así, en los países dependientes, el desarrollo de toda organización competitiva. La renta de estos países depende de sus productos básicos. Y como un producto está controlado por el mercado mundial dirigido por las grandes naciones imperialistas, lo normal es el desequilibrio permanente del país monoproductor o semiindustrializado, obligado a contraer crédito o empréstitos que son variantes desvergonzadas de la usura internacional e instrumentos del dominio político de la nación acreedora de o de los organismos oficiales internacionales” (p. 251).      

Por eso el autor propone que la emancipación debe realizarse a escala latinoamericana a través del nacionalismo popular de las colonias. Y en este sentido define tres tipos de nacionalismos cuya diferencia es de suma importancia porque la intelligentzia vernácula no la advirtió y acusó a los nacionalismos populares de nuestro continente de totalitarios, demagógicos y fascistas. Asemejó los nacionalismos y fascismos genocidas ofensivos de las potencias con los nacionalismos defensivos, emancipadores y populares de los países oprimidos.

“1°) El nacionalismo de las llamadas ‘democracias libres’ enseñoreadas del mundo colonial.

2°) El nacionalismo de las naciones postergadas en el reparto del mundo —Alemania, Italia— que niegan la ‘democracia’ de sus adversarios.

3°) El nacionalismo de las colonias, que es un fenómeno reactivo y progresivo, tanto en el orden nacional, pues es la respuesta al desarrollo de las fuerzas económicas y políticas internas, como internacional, pues contribuye a la crisis del imperialismo como el sistema del poder mundial” (p. 261). 

La propuesta de la emancipación nacional y popular frente a los Imperialismos anglonorteamericanos es con los sectores populares pero también junto al Ejército, la Iglesia y la Universidad. Para Arregui, es muy importante que se desarrolle la industria junto a la ganadería y la agricultura, que no solo penetre el mercado interno sino también el regional, y argumenta que es el “único medio de aniquilar la miseria, el hambre, y los bajos salarios del colonialismo” (p. 297). El autor llama a una Revolución continental conformada por “una diversidad total hecha de totalidades parciales” (p. 301). 

¿Qué es el Ser Nacional? concluye que los países de la región responden, en su origen, a una unidad. Esta unidad es la América Hispánica, la cual no es un ideal sino una comprobación de la historia. Arregui confía que la lucha fraternal de doscientos millones de latinoamericanos contra el coloniaje podría lograr su destino de emancipación. “El número tiene potencia y leyes que determinan la política. La amputación de Hispanoamérica deshizo la antigua unidad en la oquedad de un vacío histórico. Pero el sentimiento de hermandad ha permanecido vivo. Al margen del desarrollo desigual de cada uno de estos países, de sus aires regionales, la América Ibérica constituye una estructura geopolítica, cultural y lingüística compacta. La causa del mal que comprime a sus pueblos no es nacional sino Iberoamericana. Y entender este hecho es la franja superior de la conciencia histórica” (págs 304 y 305). Conocer las verdaderas causas de la opresión de los pueblos puede, al fin, guiar el camino hacia las revoluciones nacionales y latinoamericanas en comunión. Arregui considera esta una tarea material. “Una tarea mayúscula y plural que solo con las masas puede llevarse a término mediante la formación del frente antiimperialista iberoamericano. La actual sujeción a Estados Unidos y Europa —en el caso argentino, el poder británico sigue intangible— deberá retroceder ante la autonomía industrial, cultural y militar de la América Hispánica” (pág. 305).  

Con este libro, escrito en los años 60 del siglo XX, Arregui trata de mostrar que las condiciones históricas estaban dadas para el despliegue del Ser Nacional. Es decir, para una revolución social, política y económica que rompiera con las estructuras opresivas de los Imperios en Hispanoamérica o Iberoamérica. Tanto es así que la revolución comenzó y estos lanzaron el Plan Cóndor. Todas las dictaduras militares en nuestro continente dejaron como resultado 400.000 desaparecidos.        

 Nacionalismo y liberación 

«Los argentinos estamos irremediablemente divididos. Hay una patria y una antipatria»

«¿Qué es, pues, un escritor nacional? Escritor nacional es aquel que se enfrenta con su propia circunstancia, pensando en el país y no en sí mismo»

J.J Hernández Arregui, 2011

Aunque en ¿Qué es el ser nacional? Juan José Hernández Arregui habló de tres tipos de nacionalismos, en Nacionalismo y liberación se refiere a dos: el de las potencias y el de los países colonizados por un lado, y el de las clases sociales por el otro.

En este libro trata de demostrar su hipótesis en torno a que el nacionalismo está ligado al marxismo. También vuelve sobre la idea de que hay un pensamiento nacional y un pensamiento antinacional colonial. Insiste, además, en la preponderancia del papel que cumplen los intelectuales de la dependencia. 

En el primer capítulo titulado “¿Qué es el nacionalismo?”, Arregui desarrolla este concepto y el del marxismo y va a sostener que, pese a la insistencia de separarlos, entre ellos no hay incompatibilidad. 

La palabra maldita siempre fue la de “marxismo”, corriente ideológica que ha sido tildada con vocablos negativos como determinismo económico, materialismo, etc. Sin embargo, Arregui reniega de estas calificaciones y sostiene que el marxismo es “objeto de la más noble reflexión que jamás se haya propuesto el espíritu, esto es, la real humanización del hombre” (p. 24). 

Si bien Arregui funda su obra y su pensamiento en el nacionalismo, en este título escribe sobre todo acerca del marxismo. Pese a la tendencia a asociarlo con el internacionalismo —producto de la colonización cultural— el marxismo tiene componentes de la cuestión nacional. Así lo argumentaban tanto Karl Marx como Federic Engels, algo que Arregui retoma para destacar que el nacionalismo revolucionario es necesario en nuestros países periféricos para la liberación.

Al finalizar su obra, Arregui propone un nacionalismo iberoamericano del cual asegura su crecimiento aun con una presión histórica sin precedentes. “Las pretendidas diferencias regionales […] son secundarias y la planificación e integración de sus zonas geoeconómicas acabará con ellas […]. Tales diferencias no son congénitas, sino impuestas por la división internacional del trabajo dictada por las metrópolis. El mercado común latinoamericano, con acento totalmente inverso al que intenta suprimir el imperialismo yanqui, es el germen de la nacionalidad iberoamericana. No serán éstas jamás naciones independientes separadas de las otras. Serán, en cambio, una nación, si unifican sus recursos materiales, sus medios de comunicación, sus aduanas y regímenes arancelarios, sus ríos navegables en un vasto sistema interno de cabotaje, etc. hasta el logro de un sistema común de intercambio, un mismo ordenamiento monetario y una producción planeada y complementada en sus diversas regiones, que con un gran mercado interno, serán las bases de una poderosa nación, asentada sobre el potencial productivo, alimentario, mineral, la unidad de lengua e historia, la densidad demográfica y la centralización militar” (p. 193). 

Además de la unidad continental de América Latina, para la transformación social, política y económica propone el levantamiento de la clase obrera y la revolución industrial. Son las masas trabajadoras las que Arregui considera capaces de llevar a cabo la revolución, no solo porque son las más oprimidas del sistema, sino porque las clases altas no están deseosas de perder sus privilegios y las clases medias las imitan. Estas dos clases están, según el autor, “desnacionalizadas”. Por el contrario, la clase trabajadora, el proletariado en jerga marxista, es la única clase social congénitamente anticolonialista. “A las masas nativas les corresponde, además, colocar el andamiaje de la industria, en oposición a las clases altas y por supuesto al imperialismo. De ahí el miedo a las masas. El caso argentino es incontestable. Dentro del universo colonial al que pertenece, su desarrollo industrial, a pesar de la expropiación cumplida después de 1955, le permite abastecerse” (p. 195). Estos atributos se deben a que la clase obrera argentina está fuertemente organizada y es competente, tanto que ha llevado al país a los umbrales de la independencia económica, alejándose del esquema agropecuario. Existe un antecedente en la región: en el siglo XIX, en Paraguay, se produjo una revolución industrial autónoma donde se desarrolló la industria pesada como la pólvora, la industria metalúrgica, se creó el primer ferrocarril, la flota fluvial y marítima, de tales dimensiones que el Imperio Británico aniquiló al pueblo paraguayo. Este caso testigo funciona como ejemplo para la Argentina y para todos los países iberoamericanos con algún grado de desarrollo industrial, no obstante las intenciones colonialistas de las grandes metrópolis.  

Como todas las dictaduras que se sucedieron en el siglo XX, también en el siglo XXI, fueron imperialistas. Por eso, Arregui denuncia la transferencia de 90 empresas nacionales a capitales extranjeros entre los años 1962 a 1968, durante el gobierno dictatorial de José María Guido: “La Argentina posee excelentes industrias, agropecuarias, alimentarias, mineras, petroquímicas, etc. Pero en su casi totalidad, tras el tramado compacto de las finanzas internacionales, dependen de las metrópolis. Las agropecuarias, de Gran Bretaña. Las mineras y petroquímicas, de Estados Unidos” (p. 197). 

Ante esta situación, Arregui insiste con una industrialización nacional que abastezca a su mercado interno pese a la propaganda e incitación colonialista. Para que esto sea posible, es necesario otorgarle derechos a los trabajadores urbanos y rurales, y una reestructuración de la manera en la que fueron pensadas las líneas ferroviarias en América Latina: no de adentro hacia afuera, como lo quisieron los ingleses, sino con la conexión y entrelazamiento de las diferentes regiones del país. Si esas rutas conectan nuestros vastos territorios, generarán riqueza al interior con un gran sentido de criterio nacional.

Peronismo y socialismo

“En un país colonizado la labor del escritor es la militancia política” 

J.J. Arregui, 2011

En este libro, Arregui describe cuáles son las condiciones sociales, económicas y políticas de Argentina e Iberoamérica generales en la década del ‘70 en un contexto de dictaduras y proscripción del peronismo. El autor vuelve a denunciar el imperialismo, definido como el reparto entre pocas potencias de los múltiples recursos de América Latina, Asia y África. Este saqueo colonial suscita la sublevación de los pueblos y las revoluciones socialistas. El imperialismo sigue su fórmula: exprime y anula a los países colonizados ya sea por los empréstitos contraídos o por las armas. 

Arregui desenmascara la corriente del desarrollismo a través de la cual se conmina a América Latina a creer que era la escuela económica a la que adherir para salir del atraso. El desarrollismo encubre el colonialismo e impone que los países del Tercer Mundo somos naturalmente subdesarrollados y que, gracias a los países centrales, lograremos alcanzar su status. Lo que se empeña en ocultar esta corriente económica es que el “subdesarrollo” se da, en primer lugar, por la expoliación de los recursos por parte del “Primer Mundo”, es decir, quienes dicen venir en auxilio. “El imperialismo se introdujo como un programa de ayuda y desarrollo a través de la Alianza del Progreso. Esta política se asienta en la tesis de la protección o buena voluntad de la nación fuerte hacia el país débil a los fines de su ‘desarrollo’. Pero el ‘desarrollismo’ es el mero apodo de la explotación colonial, tanto como una colosal estafa mental” (p. 29). 

Uno de los planteos más importantes de Arregui en esta obra es el interrogante en torno a si el peronismo fue socialismo. Esta constituye una larga discusión dentro de la intelectualidad argentina y al interior del peronismo, ya que el mismo fue una corriente de pensamiento con muchas aristas. Para fundamentar su tesis, Arregui descansa en la política económica y social impulsada por el propio Perón y destaca elementos socialistas incluidos en las mismas. 

Según Arregui, la Constitución de 1949 “era ya, en muchos aspectos, presocialista” (p.74), no solo porque deja de lado el proyecto político liberal de 1853 sino porque agrega derechos a un proyecto nacional y popular. El abogado Jorge Cholvis, en Los Derechos, la Constitución y el Revisionismo Histórico Constitucional, detalla cuáles fueron esas modificaciones. “Sociales (del trabajador, de la ancianidad, de la familia, de la seguridad social). Políticos (de reunión, elección directa del presidente, unificación de mandatos, reelección presidencial. Humanos (hábeas corpus, condena al delito de tortura, limitación de los efectos del Estado de sitio, protección contra la discriminación racial, benignidad de la ley, contención de los “abusos de derecho”). Garantiza el pleno goce de los derechos socioeconómicos. Efectivizar los objetivos del preámbulo con las normas que se referían a la economía y al papel del Estado, que constituían la protección de la riqueza nacional (nacionalización de los servicios públicos, comercio exterior y fuentes de energía); y su distribución (oposición al abuso del derecho, función social del capital y tierra para quienes la trabajan)” (p. 80). 

Al mismo tiempo, la Constitución de 1949 también menciona la propiedad social. Es decir, que la propiedad es de quien la trabaja, principio que pone en discusión la idea liberal de la propiedad privada. Arregui despeja, en todo momento, la tensión entre peronismo y socialismo: “No decimos que Perón haya instaurado el socialismo en la Argentina. Esto sería una mentira. Pero sostenemos que muchas de sus reformas abrían el camino al socialismo”. Estas medidas y esta forma de pensar la Argentina provocaron que Perón fuera destituido “no por burgués sino por la dirección proletaria de su política social” (p. 76).

“En un país colonizado, no hay socialización posible, aunque sea parcial, sin una ruptura con la dependencia exterior con Inglaterra que, al producirse la Revolución de junio de 1943, era dueña del país. De su economía y su política. Antes de 1943, casi la mitad de nuestras exportaciones, en buena parte acaparadas por Gran Bretaña, se dedicaban al pago de los servicios de la deuda externa. Con las reservas de oro y divisas, acumuladas por la coyuntura, favorable para la Argentina, de la II Guerra Mundial, la deuda externa fue totalmente repatriada” (p. 76). De esta manera, dice Arregui, nuestro país se adentró en la independencia económica, por primera vez en toda su historia. Argentina se inauguró como una nación soberana al cancelar los préstamos leoninos extranjeros convertidos también en herramientas de dominación política. Esta nueva situación permitió desarrollar la industria. 

Cabe preguntarse si fue la industrialización burguesa o socialista. Fue ambas cosas y ninguna de las dos. Es decir, grandes ramas de la producción industrial fueron dirigidas por el Estado, y otras, aunque permanecieron en manos de capitales privados, estos eran argentinos, y, en algunos casos extranjeros pero sometidos a una legislación proteccionista y, al mismo tiempo, estrictamente controlada por el Estado. Estas medidas dieron paso al socialismo con la estatización de los servicios y los recursos de nuestra economía, lo que permitió el aumento de la producción a tal punto que se alcanzó, por primera vez, la plena ocupación. El proletariado comenzó a participar y formar parte de la conducción política, asunto que generó una legislación laboral ejemplar en el mundo. Todos estos avances se vieron reflejados en la educación pública, en la salud pública, y millares de obreros, a lo largo y ancho del territorio, recibieron formación técnica para poder ingresar a la industria. “En 1943, la Universidad tenía algo más de 60 mil alumnos. Con Perón llegó a 260 mil. La enseñanza universitaria era gratuita, comedores estudiantiles, apuntes sin cargo impresos en la Fundación Eva Perón, privilegios para los estudiantes que trabajaban, colonias, supresión de exámenes de ingreso, mesas examinadoras mensuales, acortamiento de las carreras, etc. Tal cual lo había reclamado la Reforma del 18, en la Argentina, la enseñanza media y superior dejó de ser una prerrogativa de clase” (p. 77). 

En cuanto a la salud pública, con el Doctor Ramón Carrillo a la cabeza —patriota que murió perseguido y pobre en Brasil—, se pasó de invertir 11 millones en 1943 a multiplicarse a más de 350 millones durante el primer gobierno peronista. Para el peronismo y para el socialismo es un asunto prioritario la salud de la población. 

Al mismo tiempo, se nacionalizaron los ferrocarriles que eran británicos. Raúl Scalabrini Ortiz diría que lo se adquirió fue la soberanía. “La oposición, en una cerrada acometida, atacó esta brillante operación financiera y política ejecutada por otro patriota, Miguel Miranda. Se dijo que Perón había comprado hierro viejo. Que los ferrocarriles daban pérdidas. Es cierto, daban pérdidas. Lo que no se dijo –hoy tampoco— es que los ferrocarriles dan pérdidas en todos los países del mundo por la simple razón de que su misión es de fomento de la economía nacional, o sea, que tales pérdidas son ampliamente compensadas por el desarrollo de las regiones, ciudades, plantas industriales, etc. próximas a las redes ferroviarias” (p. 77).

Durante el gobierno de Juan Domingo Perón también se nacionalizaron los puertos. Nuestra marina mercante tomó la delantera en el mundo, superando a Rusia, una ironía que Arregui no dejó pasar inadvertida frente a las acusaciones de fascismo contra el movimiento nacional y popular. Casi toda la producción nacional de aquellos años fue transportada por buques argentinos “con una capacidad de 1.700.000 toneladas” (p. 78). La fiscalización de estas transacciones, de todo el comercio exterior, estuvo a cargo del Estado a través del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio, una institución que la oligarquía y las naciones imperiales rechazaban, y que Raúl Prebich, asesor del dictador Eduardo Lonardi en 1955, eliminó sin demoras. 

El Estado no solo obtuvo el control de la educación, la salud y el transporte, sino también del gas, de la telefonía, de las centrales eléctricas que existían y las que se construyeron en ese periodo. “Cuando nacionalizaciones de este tipo fueron aplicadas en Inglaterra por gobiernos laboristas, los izquierdistas cipayos aplaudieron. Cuando las tomó Perón, vociferaron: ¡Totalitarismo! Demás está agregar que en los países socialistas las comunicaciones están nacionalizadas. El consumo de energía, otra de las bases de la socialización de la economía, aumentó en un 69%, YPF creció en un 161,5%. Pero el desarrollo industrial pedía más energía eléctrica, más petróleo, más máquinas. Problemas que han afrontado todos los países socialistas del mundo. Decenas de diques, centrales hidroeléctricas, termoeléctricas, obras fluviales, etc, fueron construidos, o estaban en construcción al caer Perón. Entre 1943 y 1954, la producción de petróleo se triplicó, la de gas se duplicó, la de carbón se multiplicó por nueve” (p. 78).

Se decía que la situación del campo había empeorado debido a las medidas de Perón. Sin embargo, en 1949, hasta Raúl Prebich reconoció que la economía agropecuaria había mejorado y crecido. Miguel Miranda logró a través de negociaciones que las carnes de exportación obtuvieran un precio justo para el país, luego de que estos fueran dictados por Inglaterra, como en el caso del Pacto Roca Runciman que, en la década infame, establecía que los ingleses tuvieran 85% del control del comercio de las carnes. El campo enfrentó un proceso de tecnificación muy favorable. “El valor de las exportaciones giró de 451 millones de 1943 a 3.039 millones en 1947. Millares de medianos y pequeños agricultores entraron en posesión de sus tierras. Los peones rurales ascendieron a una vida digna; 50.000 chacareros lograron la posesión de sus campos. La renta nacional aumentó en un 55%. La independencia económica permitió al país comerciar, en contratos bilaterales, con los países comunistas. La Argentina fue el país que alcanzó, en toda Iberoamérica, el mayor volumen de comercio con Rusia. Pero el Partido Comunista gritaba: ¡Fascismo!” (p. 78). En cuanto a la alfabetización, gracias a la cantidad de escuelas construidas, que superó los 8.000, logró que la alfabetización se redujera al 3%. Hacia la década del setenta, las agremiaciones docentes estimaban que en el país había un índice del 40% de analfabetos o semianalfabetos. En cuanto a vivienda, se construyeron 500.000 para 5 millones de personas, edificaciones a las que se suman 70.000 obras públicas a lo largo y ancho del país. “El II Plan Quinquenal, que destinaba $ 35.000 millones de moneda de entonces, estaba financiado y en plena ejecución. Las bases de la industria pesada, colocadas. Un argentino insospechable comparaba la política de Perón con la de los países comunistas. Este escritor nacional se llamaba Raúl Scalabrini Ortiz” (p. 78).      

No importa el rótulo que le demos: si peronismo o socialismo. Lo que Arregui insiste en demostrar es que las políticas públicas del General Perón se sostenían en tres grandes pilares. La justicia social, la independencia económica y la soberanía política. La primera para mejorar la vida de los trabajadores y de los que menos tienen. La segunda para alcanzar la libertad en relación al imperialismo y lograr ser una potencia industrial. La tercera para demostrar la ruptura que hizo el peronismo con países imperialistas que, por años y siglos, nos tuvieron oprimidos y perjudicaban a los sectores más vulnerables. Todas estas son banderas que se llevaron a la práctica en su gestión, razón por la cual un sector de la sociedad resistido a perder privilegios instauró el Golpe de Estado de 1955.

Arregui escribe este texto en 1971 y tiene en cuenta el bombardeo a Plaza de Mayo y el golpe de Estado de Lonardi y Aramburu en 1955. Como es sabido, estas dictaduras implicaron, entre otras cosas, el retorno a la dependencia colonial. Pero además el secuestro y ultraje del cadáver de Evita, las censuras del Decreto 4161 del 5 de marzo de 1956 que prohibía toda expresión relacionada al peronismo. También la primera desaparición de Felipe Vallese en 1962 y el aval a la violencia engendrada desde el propio Estado, que generaba a su vez resistencias en las bases sociales. En ese sentido, las fuerzas populares internas luchaban por las condiciones sociales, políticas y económicas que se habían generado con y durante el peronismo y exigían que el país volviera a ser libre, a ese punto de realización nacional.   

A raíz del golpe de 1955, la Resistencia Peronista fue en aumento. Estudiantes, obreros y formaciones especiales empezaron con cuantiosas tomas de fábricas, huelgas, puebladas para frenar las políticas oligárquicas que perjudicaban a estos sectores. 

La hipótesis de Juan José Hernández Arregui en este trabajo se sostiene al mismo tiempo como pregunta y como respuesta. Se interroga si es posible considerar que “Argentina, el Movimiento Nacional Peronista, con su base obrera, ha sido un paso hacia el socialismo, y en este caso, si está dispuesto a realizarlo”. Arregui argumenta que, en efecto, las condiciones en el país estaban dadas por la explotación de millones de trabajadores y por la conciencia antiimperialista que había en nuestros pueblos. También señala las condiciones propicias de Iberoamérica en tanto recursos naturales, geografía, economía, etc. Por eso instaba a una lucha desde la unidad regional. 

Palabras finales

Juan José Hernández Arregui bucea en estos cinco títulos por sus grandes temas de interés. Como eje central, hace hincapié en la preponderancia de la conciencia nacional, o el ser nacional, tal como lo llama, como contracara al Imperialismo. En ese juego de fuerzas, se ponen a prueba las capacidades emancipadoras de nuestro pueblo frente a la opresión ejercida sobre ellos. Para generar una resistencia a los países dominantes, Arregui insiste una y otra vez en un trabajo de unidad de nuestro país con el resto de América Latina. Para ello, el autor consideraba de importancia la proliferación de la literatura nacional, la conciencia de clase, el rol de una fracción del Ejército, la función de la educación y el conocimiento de la propia historia para todo el pueblo. 

En relación a las ideas políticas, Arregui cuestiona tanto al nacionalismo de derecha como a las izquierdas. Mientras el primero despreció a los sectores populares, las segundas —a través del Partido Socialista y el Partido Comunista— se olvidaron de la cuestión nacional, ingrediente importante en países semi coloniales como los de América Latina. Aparece entonces el “socialismo nacional” como concepto, al cual Arregui le dedica un apartado especial porque encierra el sintagma una contradicción “pues el sustantivo ‘peronismo’ implica el atributo de ‘nacional’. Decir ‘socialismo nacional’ es decir ´peronismo socialista’, pues el peronismo es nacional y por ello mismo un fenómeno específicamente argentino, la forma de la conciencia de clase del proletariado en un grado más alto de su desarrollo histórico hacia el socialismo. Empero, puede aceptarse el concepto ‘socialismo nacional’ como una diferenciación frente al socialismo cipayo. En tal sentido, el peronismo obrero se nutre de sus propias luchas como clase nacional, de sus tradiciones colectivas, de su propia historia y de su afirmación revolucionaria en la Argentina” (p. 132).  

Con respecto a las clases sociales, el autor mostró que a principios del siglo XIX se despreciaba a los caudillos federales y luego, a los inmigrantes europeos, a los peones rurales y a la clase obrera. Fue Perón, como parte del Ejército, quien logró unificar y otorgarles derechos. Aunque Arregui también cuestiona a una parte del Ejército, precisamente la que derrocó al General Perón y las Fuerzas Armadas que persiguieron, apresaron, asesinaron, desaparecieron y exiliaron a miles de latinoamericanos, siempre instados y estimulados por el Imperio norteamericano. 

Los elementos centrales para la formación de la conciencia nacional son muchos para Arregui pero destaca la literatura a favor del gaucho, como el Martín Fierro. Luego, las políticas anti inglesas y francesas, como la Batalla de la Vuelta de Obligado en 1845, las propuestas de FORJA llevadas a cabo por Perón al asumir el gobierno, junto a sus medidas de nacionalizaciones en favor de los sectores populares.  

¿Qué es el ser nacional? Es un punto de inflexión porque Hernández Arregui elige no centrarse únicamente en su país para escribir un libro Iberoamericano y, junto con Peronismo y socialismo, se propone analizar las condiciones para una Revolución Socialista desde una Confederación Iberoamericana. Señala que dichas condiciones en esas décadas del 60 y 70 estaban dadas ya que, en el caso argentino, la dictadura de 1955 había instaurado un clima de terror, principalmente, hacia los sectores peronistas.   Hernández Arregui tenía una visión optimista sobre nuestras condiciones. Sostenía que recursos naturales no faltaban, tampoco condiciones geográficas y económicas, conciencia histórica por parte de los explotados menos. El pensador nacional dedicó su obra a poner de manifiesto la necesidad de romper con las cadenas de los Imperios que nos dominan a través de las deudas externas, con el objetivo de la liberación popular, nacional e iberoamericana.

*María Villalba es Especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano y docente investigadora UNLa.

Bibliografía: 

Argumedo, Alcira (2004) Los silencios y las voces en América Latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular. Colihue. Buenos Aires. 

Chávez, Fermín (2012). Epistemología de la periferia. Compiladora Ana Jaramillo. Remedios de Escalada: Ediciones de la UNLa.

Cholvis, Jorge Francisco (2017) Los Derechos, la Constitución y el Revisionismo Histórico Constitucional. Ediciones de la UNLa.

Espasande, Dofour, D´Ambra (2022) La Universidad argentina y el relanzamiento de la Unidad latinoamericana en el siglo XXI. Centro de Integración Latinoamericana Manuel Ugarte. 

Galasso, Norberto (2012) J. J. Hernández Arregui. Del peronismo al socialismo. Ediciones Colihue. Buenos Aires. 

Galasso, Norberto (s/f) América Latina: Unidos o dominados. América Latina ¿una nación? Escuela de Formación Política. Material de estudio. Ver en línea: https://www.studocu.com/es-ar/document/universidad-nacional-de-avellaneda/historia-i/america-latina-unidos-o-dominados-norberto-galasso/33988864

Hernández Arregui, Juan José (2005) Imperialismo y cultura. Continente-Pax. Buenos Aires. 

Hernández Arregui, Juan José (2011) La formación de la conciencia nacional. Peña Lillio. Ediciones Continente. Buenos Aires. 

Hernández Arregui, Juan José (1972) ¿Qué es el ser nacional? (La Conciencia Histórica Iberoamericana) Hachea. Buenos Aires. 

Hernández Arregui, Juan José (2011) Nacionalismo y liberación. Peña Lillio. Ediciones Continente. Buenos Aires. 

Hernández Arregui, Juan José (2011) Peronismo y socialismo. Ediciones Continente. Buenos Aires.  Hobsbawm, Eric (1995) Historia del siglo XX. Crítica. Barcelona.

María Villalba*

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